martes, 8 de diciembre de 2009

FESTIVIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCION I

TOMADO DEL LIBRO: LOS DOGMAS DE MARIA.


“Yo soy la Inmaculada Concepción”,

así se llamó a sí misma

“¡Ave María!” Con estas palabras saludamos

siempre y en todas partes a la que las oyó por

primera vez en Nazareth. Al recibir este saludo, fue

llamada por su nombre; así la llamaba su familia y

los vecinos que la conocían; con este nombre fue

elegida por Dios. El Eterno la llamó por este

nombre ¡María! ¡Miriam! Sin embargo cuando

Bernardita le preguntó su nombre, no contestó

“María”, sino

Yo soy la Inmaculada Concepción”.

De este modo se denominó a sí misma en Lourdes

con el nombre que le había dado Dios desde la

eternidad; sí, desde toda la eternidad la eligió con

este nombre y la destinó a ser la Madre de su Hijo,

el Verbo Eterno. Y, en fin, este nombre de

Inmaculada Concepción es mucho más profundo y

más importante que el usado por sus padres y la

gente conocida, el nombre que Ella oyó en el

momento de la Anunciación: “Ave María”.

Juan Pablo II, 10 de febrero de 1979,

Homilía en la Capilla Sixtina.


La Inmaculada Concepción de María

María, plena de gracia santificante desde el primer instante de su concepción

La Iglesia Católica enseña que María es Inmaculada. Con este título se expresa aquel

privilegio singular por el cual la Madre de Dios, al ser concebida, no contrajo la mancha del pecado original.

Creemos como verdad de fe, que el alma de María desde el primer instante de su

existencia, estuvo adornada con la gracia santificante. Creemos que no hubo momento alguno en el cual María se hallase en enemistad con Dios; creemos que en ninguna circunstancia de su vida, ni siquiera en el instante de su concepción, estuvo sometida a la esclavitud del demonio, proveniente del pecado.La mancha del pecado original, alcanza y contagia indefectiblemente a todos aquéllos que reciben de Adán la naturaleza humana. La generación paterna al dar una naturaleza humana despojada de la gracia santificante, es el vehículo de la transmisión de aquel pecado.

Esta ley universal tiene, sin embargo, una excepción gloriosa, pues Dios, en vista de los

méritos de Nuestro Señor Jesucristo, por gracia y privilegio singular, ha suspendido en María la aplicación de esta ley.

Según esto, María, al ser concebida, no recibió como los demás hombres una naturaleza

manchada por el pecado, sino una naturaleza adornada con la gracia de Dios, libre de pecado original, o sea, una naturaleza “inmaculada”.

En esta inmunidad de la mancha del pecado original y posesión de la gracia santificante,

desde el primer instante de su existencia, consiste pues la Inmaculada Concepción de María.

Este privilegio muy glorioso, verdadero milagro espiritual, fue que la omnipotencia de

Dios la preservó en su concepción del pecado original, lo cual fue concedido en vista de los merecimientos de Nuestro Señor Jesucristo, que en tanto para todos obran restaurando y reparando en ellos lo que el pecado destruye, para María obraron en manera mucho más elevada y profunda, a saber, preservándola de la caída del pecado.

De la misma manera que al pasar el Arca de la Alianza, la mano omnipotente de Dios

detuvo ante los israelitas las aguas del Jordán, que no se atrevieron a tocarla (Josué 3,15-16), cuando llegó María a la existencia, el poder misericordioso de Dios detuvo junto a Ella las aguas que traían la infección universal del pecado, no permitiendo que tocaran ni mancharan a aquella criatura escogida entre todas para ser la Madre del Verbo Encarnado. Tal es la enseñanza católica acerca de la Inmaculada Concepción”. (P. Demetrio Liccciardo SDB)


La Inmaculada Concepción en las Escrituras

La Inmaculada Concepción se halla indicada en las Sagradas Escrituras, ya desde sus

primeras páginas: “Dijo el Señor Dios a la serpiente: por cuanto hiciste esto, maldita eres entre todos los animales de la tierra, andarás arrastrándote sobre tu pecho y tierra comerás todos los días de tu vida. Yo pondré enemistad entre tí y la mujer, y entre tu raza y ladescendencia suya: Ella quebrantará tu cabeza, y tú andarás acechando a su calcañar” (Gn. 3,15).

Este pasaje del Génesis suele llamarse “Protoevangelio”, precisamente por la naturaleza

de la profecía encerrada en sus palabras.La serpiente indica al demonio. La Mujer que será su Enemiga y le aplastará la cabeza es María, con su Hijo Divino Jesús, su descendencia.Los Padres y toda la tradición de la Iglesia enseñan que:

“Con este oráculo divino fue preanunciado clara y abiertamente el misericordioso Redentor del género humano, o sea el Hijo Unigénito de Dios, Cristo Jesús, y designada su bienaventurada Madre, la Virgen María, y simultáneamente expresada de insigne manera, las mismísimas enemistades de ambos contra el demonio”.

(Pío IX, Bula “Ineffabilis Deus”).

Dice Bousset, que de la Virgen María, en general, ha de afirmarse que en el orden de la

reparación, ocupa aquel lugar que ocupó Eva en el orden de la perdición, pues según enseñan esas insignes palabras del Génesis, todo lo que el demonio escogió para la ruina del género humano, fue dispuesto divinamente por Dios para nuestra salud. Y al nuevo Adán, o sea Cristo, debe unirse con nexo indisoluble, para destruir las obras del demonio, la nueva Eva, o sea María.

Esta realidad hizo exclamar a San Juan Crisóstomo en una homilía de Pascua:

“Regocijémonos todos y estremezcámonos de alegría. Común debe ser

nuestro gozo porque la victoria de hoy es el triunfo del Salvador. ¿Acaso no lo ha

hecho todo Cristo por nuestra salvación? Con las mismas armas que empleó el

diablo para derribarnos, ha sido vencido. ¿Cómo?, me diréis. Escuchad:

Una virgen, un árbol y la muerte representan una derrota. Ved ahora cómo

esas tres cosas se han convertido en victoria para nosotros. Por Eva tenemos a

María; por el árbol de la ciencia del bien y del mal tenemos al árbol de la cruz; por

la muerte de Cristo. ¿No veis al demonio derrotado con las mismas armas que se

sirvió para el triunfo?”.

Pues bien, si Jesús es el nuevo Adán y María la nueva Eva, María había de ser

“Inmaculada” completamente libre de todo pecado, aún libre del pecado original.

En las palabras que usa el Arcángel San Gabriel para anunciar a María el misterio de la

Encarnación también encontramos claramente implícito el privilegio de la Inmaculada

Concepción:

Salve, llena de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres...” (Lc. 1,28).

Esta plenitud de gracia, tan ilimitada, y tan completa, otorgada y ordenada, según lo

indican las palabras del Ángel, a hacer a María digna de la altísima misión a que había sido llamada, no podía decirse de quien alguna vez siquiera hubiese estado manchado con el pecado. Igualmente al decir que el Señor está con Ella, con María, plenamente, sin limitación alguna de tiempo.

La expresión griega Kejaritomeni, Llena de Gracia, hace las veces de nombre propio en la alocución del Ángel: “Salve, Llena de gracia”, tiene que expresar una nota característica en María, la dotación de todas las gracias en plenitud singular por su elección para Madre de Dios, y esto desde el primer instante de su existencia

.

Santa Isabel, henchida del Espíritu Santo, dice a María: “Bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre” (Lc. 1,42). La bendición de Dios que descansa sobre María, es considerada paralelamente a la bendición de Dios que descansa sobre Cristo en cuanto a su humanidad. Tal paralelismo sugiere que María, igual que Cristo, estuvo libre de todo pecado desde el comienzo de su existencia.

Breve historia del dogma – Testimonios de la Tradición y el Magisterio –

Antigüedad de la fiesta – Controversias y votos – La doctrina de Duns Scoto

En la historia del gran dogma de la Inmaculada se suelen distinguir tres períodos:

El primero se extiende desde los comienzos de la Iglesia hasta el siglo XI.

En los primeros siglos del cristianismo, la fe en la Inmaculada aún sin ser formal y

explícita, estaba comprendida en la fe sobre la excepcional santidad de María con su

singularísima pureza.

En el llamado Protoevangelio de Santiago, escrito en el siglo II queda clarísimo que toda fealdad sea excluída de María para que sea digna Madre del Señor, y con más razón esto vale para el alma.

El mártir San Hipólito –hacia el año 235- que comparaba a Nuestro Señor con el Arca de la Alianza, hecha de leño incorruptible dice:

“El Señor estaba exento del pecado, habiendo sido formado de un leño no

sujeto a la corrupción humana, es decir de la Virgen y del Espíritu Santo”.

Y semejantes a éstas se hallan numerosas expresiones y explicaciones en los escritos de

los Padres que confirman la fe primitiva en la pureza total y plena de María.

Dice San Efrén a Jesucristo y con él toda la Tradición;

“Tú y tu Madre sois los únicos que en todo aspecto sois perfectamente

hermosos pues en Ti Señor no hay mancilla, ni mancha en tu Madre”.

San Ambrosio, comentando el salmo 118 se dirige al Señor diciéndole:

“Ven, oh Señor, en busca de tu fatigada oveja... no por medio de

mercenarios sino Tú mismo... por medio de María, Virgen inmune, por la gracia,

de todo pecado”.

Los Padres griegos fueron especificando este dogma antes que en Occidente. Ya en el

siglo V en Oriente se formula esta doctrina con claridad extraordinaria.

Anfiloquio de Sida –que estuvo presente en el Concilio de Éfeso- dice:

“Dios creó a la Virgen sin mancha y sin pecado”.

Y escribe el adalid de Éfeso, San Cirilo de Alejandría:

“¿Quién oyó jamás decir que un arquitecto, después de haberse construido

una casa, la ha dejado ocupar y poseer primeramente por su enemigo?”

Así, a lo largo de los siglos se transmite con total claridad, confianza y seguridad, el

dogma de la Inmaculada Concepción.

En el segundo período encontramos el dogma de la Inmaculada en la liturgia. Es

importante destacar la trascendencia de esto porque la liturgia es el culto oficial de la Iglesia. La Iglesia ora en su liturgia conforme a la única y verdadera fe. De allí el dicho secular: “lex orandi, lex credendi”, la ley de la oración es la ley de lo que se cree (es decir, de la fe). La fiesta de la Concepción de María, se remonta al siglo V en Oriente. En el siglo VI ya estaba en el Misal de San Isidoro de Sevilla. Sabemos que fue introducida en Nápoles y Sicilia en el siglo IX, extendiéndose luego por Irlanda, Islas Británicas y Normandía y de una forma mucho mayor en el siglo XI.

En sus comienzos la fiesta también se llamó de la Maternidad de Santa Ana. Si pensamos que la Iglesia sólo rinde culto a los Santos, vemos que en la celebración ya se profesaba la Concepción Inmaculada de María.

Por otra parte la fiesta fue celebrada por muchas iglesias separadas por siglos de la Iglesia Romana, instituida seguramente antes de esa separación; no parece probable que hayan tomado una fiesta de la Iglesia de la cual se separaron.

Un tercer período se extiende entre los siglos XII y XVIII. Es el período de las

controversias. La celebración se extendía pero no se aclaraba suficientemente su doctrina. Impresiona la gran lucha teológica durante los siglos XII y XIII alrededor de este gran privilegio de María Santísima. Muchas fueron sus causas, que escapan a los límites de este pequeño trabajo.

Entre ellas encontramos una oposición a la fiesta por parte de San Bernardo –uno de los

más grandes devotos de María- y siguiendo a él, otros escolásticos ilustres y aún santos, como San Alberto Magno, Santo Tomás de Aquino, que no llegaron a ver con claridad esta gloria de la Virgen, pero que sin embargo con su gran amor a Ella, dejaron en sus escritos los principios que fundamentan el dogma.

San Anselmo, padre de la teología escolástica, por ejemplo, dice:

“Era conveniente que con aquella pureza de la cual no hay mayor debajo de

Dios, resplandeciera la Virgen, a la que Dios Padre disponía dar a su Unigénito

Hijo, a la cual el mismo Hijo elegía para hacerla sustancialmente su Madre, y de la

cual el Espíritu Santo quería y habría de obrar de manera que fuese concebido y

naciera Aquél del cual El mismo procedía”. Afirma también que “de Cristo ha

venido la limpieza de María”.

Y sin embargo no concluyó San Anselmo la Inmaculada Concepción que en estas

palabras está virtualmente contenida.

Este hecho, verificado en grandes teólogos y santos, muestra un designio de Dios, que ha querido sólo para su Iglesia la infalibilidad y no para sus doctores particulares, los cuales son guías de la ciencia pero no regla en la fe.

Siempre, sin embargo, hubo ardientes defensores de la Inmaculada Concepción.

A principios del siglo XII, Eadmero, discípulo de San Anselmo, se queja de que en

algunos lugares se quita la fiesta y escribe el primer tratado defendiendo la Inmaculada

Concepción. Y el Beato Raimundo Lullio escribe: “quien concibe una mancha en la Concepción de María es como si concibiera tinieblas en el sol”.

El movimiento más fuerte se produjo a fines del siglo XIII, dirigido por el franciscano

Beato Duns Scoto quien fue esclareciendo los fundamentos en los que se apoya el dogma, dividió en dos campos netos a los teólogos de los siglos XIV y XV, hasta que todo se superó con la definición de Pío XI. Pero para ello debieron pasar cuatro siglos.

La doctrina de Scoto se resume así: “Potuit, decuit, ergo fecit” – “Pudo, quiso, por lo tanto lo hizo” ¿Pudo Dios preservarla del pecado original? ¿Quiso hacerlo? ¿Convenía? Luego lo hizo.

“La intuición del beato Duns Scoto, llamado a continuación el “doctor de la

Inmaculada”, obtuvo, ya desde el inicio del siglo XIV una buena acogida por parte

de los teólogos, sobre todo los franciscanos”.

(Juan Pablo II, 5 de junio de 1996,

catequesis en la audiencia general).

Scoto en sus comentarios distingue entre redención liberativa del pecado original ya

contraído, y redención preservativa, merced a la cual en previsión de los méritos redentores de Jesucristo, fue la Santísima Virgen preservada de contraer dicho pecado. Y demuestra que la Concepción Inmaculada de María no se opone a la universalidad del pecado original, ni a la universidad de la redención de Cristo; más aún, que la dignidad de Cristo Redentor se agranda sobremanera si se admite que la redimió de un modo más perfecto, y preservándola de caer en el pecado original. (síntesis de J. Azpizu).

Y así enseña nuestro Santo Padre Juan Pablo II:

“La absoluta enemistad puesta por Dios entre la mujer y el demonio exige,

por tanto, en María, la Inmaculada Concepción, es decir, una ausencia total del

pecado, ya desde el inicio de su vida. El Hijo de María obtuvo la victoria

definitiva sobre satanás e hizo beneficiaria anticipadamente a su Madre,

preservándola del pecado.

Como consecuencia, el Hijo le dio el poder de resistir al demonio,

realizando así en el misterio de la Inmaculada Concepción el más notable efecto

de su obra redentora”.

(Juan Pablo II, 29 de mayo de 1996,

catequesis en la audiencia general).

En el año 1325 se discutió por varios días el problema ante el Papa Juan XXII y éste se

inclinó por la doctrina de la Inmaculada e hizo celebrar con gran pompa la fiesta de la misma en su capilla y en la ciudad de Avignón.

En 1387 la Universidad de París condenó al joven Juan de Monzón que negaba esta

verdad. El Papa confirmó la sentencia. En 1401 hubo un discurso que resultó célebre por la defensa de la Inmaculada del Canciller de la Universidad de París, Gerson, en la Iglesia San Germán de esa ciudad. Las Órdenes Militares se obligaron bajo voto a defender la Concepción Inmaculada de María.

El concilio de Basilea definió, el 17 de septiembre de 1439 la Inmaculada Concepción; en el momento de esta definición el Concilio ya no era legítimo, pero su decreto tuvo un gran valor de testimonio. La influencia ejercida en Francia es inmensa. La Universidad de París en 1469 obligó a sus doctores al juramento por la Inmaculada.

En 1476, Sixto IV en la Constitución “Cum praeexcelsa” recomienda la celebración de “la maravillosa concepción de esta Virgen Inmaculada”, aprobó el oficio y al año siguiente la fiesta se comienza a celebrar en Roma. En 1483 el mismo Pontífice prohibió que se tilde de herética la doctrina de la Inmaculada Concepción. La célebre Capilla de Roma donde se eligieran tantos sucesores de Pedro, decorada con los famosos frescos de Miguel Ángel y visitada por infinidad de peregrinos y turistas, es conocida en todo el mundo como “Sixtina”, precisamente por haber sido obra de Sixto IV, pero lamentablemente no se recuerda que este Papa la consagró y dedicó a la Inmaculada Concepción, y así la denominó.

Al finalizar aquel siglo se produce el descubrimiento de América. Cristóbal Colón ofrece las dos primeras islas a Jesús y María. A la primera le da el nombre del Salvador y a la segunda Santa María de la Concepción, y escribe Bartolomé de las Casas, contemporáneo suyo: “porque después de Dios, a María se debe tanto como a la Madre de Dios, y él tenía devoción con su fiesta de la Concepción”.

Para el acto solemne del rito de los 7000 estudiantes de la universidad de Salamanca,

Lope de Vega compuso “La limpieza no manchada”. En el caso de la de Granada el voto se llamó “de sangre” ya que añadía a la fórmula de defender la Inmaculada Concepción “hasta derramar la sangre”. El 17 de junio de 1546, el Concilio de Trento declaró que:

“no entendía comprender a la Santísima Virgen María entre los alcanzados por su decreto sobre el pecado original”.

La suma importancia de esta declaración produjo efectos tales que no se puede hablar de

disputa a partir de ella. En 1547, San Pío V condenó la doctrina de Bajo, que atacaba a la Inmaculada. El 12 de septiembre de 1617, Paulo V prohibe enseñar la sentencia contraria a la Inmaculada Concepción de María. La noticia se recibió en todo el mundo católico con gran júbilo. En Sevilla, ciudad que tiene por Patrona a la Inmaculada, celebró con un repique de campanas que duró desde las 12 de la noche hasta la seis de la mañana. El Arzobispo hizo liberar a todos los presos por deudas, obligándose él a pagarlas. La multitud corrió por las calles para difundir y celebrar la noticia gritando “¡Sin pecado concebida, que lo manda el Papa!”.

En 1661, Alejandro VII inicia una etapa trascendental en el camino hacia el dogma. La

creencia de que María es Inmaculada es retenida en general, pero hay quienes la atacan desde púlpitos y escritos, como también el culto y la devoción a ese misterio. Entonces el Papa da su Bula “Solicitudo omniun Eclesiarum”, para reafirmar las decisiones de sus antecesores a favor de la sentencia y prohibiendo que “directa o indirectamente” se pueda poner en duda, y para reafirmar su fiesta y su culto, en la cual manifiesta:

“Antigua es la piedad de los fieles cristianos para con la santísima Madre,

la Santísima Virgen María, que sienten que su alma, en el primer instante de su

creación e infusión en el cuerpo, fue preservada inmune de la mancha original, por

singular gracia y privilegio de Dios, en atención a los méritos de Su Hijo

Jesucristo, Redentor del género humano, y que en este sentido veneran y celebran

con solemne ceremonia la fiesta de su concepción...

Nos, considerando que la santa romana Iglesia celebra solemnemente la

festividad de la Concepción de la Inmaculada siempre virgen María..., y

queriendo, a ejemplo de nuestros predecesores los romanos pontífices, favorecer a

esta laudable piedad y devoción y fiesta, y al culto en consonancia con ella, jamás

cambiado en la Iglesia romana después de la institución del mismo, y queriendo

salvaguardar esta piedad y devoción de venerar y celebrar a la Santísima Virgen

María preservada del pecado original, claro está, por la gracia proveniente del

Espíritu Santo..., en atención a la instancia a Nos presentada y a las preces de los

obispos con sus iglesias, y del rey Felipe y de sus reinos; renovamos las

constituciones y decretos promulgados por los romanos pontífices, principalmente

Sixto IV, Paulo V y Gregorio XV, a favor de la sentencia que afirma que el alma

de Santa María Virgen en su creación e infusión en el cuerpo fue obsequiada con

la gracia del Espíritu Santo y preservada del pecado original, y a favor también de

la fiesta y culto de la Concepción de la misma Virgen Madre de Dios, prestado

conforme a esta piadosa sentencia, y mandamos que se observe bajo las censuras y

penas contenidas en las mismas constituciones”

(Alejandro VII, Bula “Solicitudo omnium Eclesiarum”,

8 de diciembre de 1661).

Siguen las severísimas sanciones a quienes de manera “directa o indirecta” se opongan a

esto u “osaren promover alguna disputa respecto de esta sentencia, fiesta y culto”, y detalla minuciosamente las formas en que se podrían oponer, y ratifica las sanciones de los Papas anteriores, agregándole otras, que suponían “la inhabilitación perpetua para predicar, leer públicamente, enseñar o interpretar , y que no podrían ser absueltos sino por él mismo o sus sucesores”. Prohibe también los libros, escritos de sermones, o frases, o tratados, o disputas en los que se pone en duda dicha sentencia, fiesta y culto”.

Esta Bula precede directamente a la del Beato Pío IX con la definición y proclamación del dogma. Medio Siglo después, en 1708, Clemente XI mandó que la fiesta sea obligatoria en toda la Iglesia.

Muchas naciones y pueblos lucharon por la Inmaculada. Pidieron el dogma los reyes de

Asturias, Portugal, Polonia, Baviera y España, que se distinguió singularmente por esos pedidos de sus monarcas y por lo que oró y bregó su pueblo. A España siguieron las naciones por ella cristianizadas en América.

España y el dogma de la Inmaculada

Como estamos viendo, España fue parte activa y decisiva en la definición dogmática de la Inmaculada Concepción. El movimiento concepcionista se distingue por su tono apologético, por las vivísimas reacciones de sus defensores frente a los “maculistas”, -los que no veían este privilegio de la Virgen-. Otra característica del movimiento es la participación con igual fervor de los monarcas, la nobleza, las clases intelectuales y el pueblo sencillo. O como dijo Hortelano: “Poetas, pintores, estudiosos, políticos, pueblos; todos se han conjurado para sacar adelante el Dogma de la Inmaculada”.

Antes de la controversia, se tenía la fiesta como se dijo, en el rito de San Isidoro en el

siglo VI. La devoción fue creciendo, y en el siglo XV eran muchas las Iglesias, capillas y ermitas dedicadas a la Virgen Inmaculada.

La disputa y verdadera agitación, comenzó en el siglo XIV. En esos años surge Raimundo Lulio, su gran defensor, con su “Libro de la Inmaculada Concepción de María Virgen”, contemporáneamente en 1333 el infante Don Pedro de Aragón erige la Real Cofradía de la Inmaculada, y luego en el trono como Pedro IV, invita a toda la nobleza a ingresar en ella. Juan I ordena la celebración de la fiesta en Valencia, Aragón, Cataluña, Rosellón, Córcega y Cerdeña, y dice “¿Por qué maravillarse de que una Virgen tan singular haya sido concebida sin pecado original?” y sanciona a los “maculistas”. Sus sucesores siguen su ejemplo.

En Castilla, San Fernando levanta una Capilla en honor de la Inmaculada Concepción, a la que cantará más tarde en forma ingenua y candorosa su hijo Alfonso el Sabio: “rosa das rosas, flor das flores...” (Cantigas a Santa María)

Isabel la Católica, profesó gran amor a este misterio. El propio Papa Inocencio VIII en su bula “Inter. Munera” de 1489 la menciona como “la hija Isabel, reina de Castilla y León e ilustre por su devoción a la Concepción de la Virgen María”. Ella es quien cede a la beata Beatriz de Silva los palacios en los que se funda la famosa Orden de la Inmaculada Concepción. Y es en esos tiempos cuando circuló por el mundo el color azul como propio de la Inmaculada.

La devoción era compartida por su esposo Don Fernando. El rey llevaba siempre al cuello la imagen de la Inmaculada. Ambos fundan el monasterio de los Jerónimos en su honra. El emperador Carlos V llevaba siempre, en sus armas y sobre su persona la imagen de la Inmaculada, según Fray Francisco de Torres, uno de sus biógrafos.

Felipe II ordena que en ultramar se le erijan templos. Felipe envía continuos legados a

Roma para solicitar la definición. Su hijo Felipe IV hereda la misma devoción y manda doce embajadores. Sus ruegos alcanzan del Papa Alejandro VII la bendición para poner bajo el patronazgo de la Inmaculada a todos los reinos españoles.

Insisten en los pedidos del dogma Carlos II y Felipe V.

Carlos III crea la Orden que honra el misterio de la Inmaculada. Aún se conserva un

manto por él ofrecido a la Purísima , y se puede admirar una pintura de Casto de Plasencia donde el Monarca aparece a los pies de María Santísima, instituyendo su Orden. Los miembros de la misma llevaban su medalla pendiente de una cinta con dos bandas celestes a los lados y una blanca al medio, la que usaba el General Manuel Belgrano, que integraba la Orden, más tarde creador de la Bandera Nacional Argentina con esos colores.

Los pedidos de los reyes se unían al clamor del pueblo y a los votos de las Universidades. Los templos y monasterios, las órdenes y cofradías, y todas las ramas de las artes cantaron a la Purísima.

En 1621, la Corte de España “se juramentó de tener y defender que la Virgen Nuestra

Señora había sido concebida sin pecado”.

El fervor mariano inspiró a Lope de Vega, Gomez Manrique, Calderón de la Barca, y las pintorescas pero muy sentidas coplas y decires populares a la Virgen. Las de la Inmaculada no tienen cuenta; algunos de ellos mostraban el fervor que los hizo brotar.

El “potuit, decuit, ergo fecit” de Duns Scoto fue popularizado así:

¿Quiso y no pudo? ¡No es Dios!

¿Pudo y no quiso? ¡No es Hijo!

Digan pues, que pudo y quiso.

En el campo andaluz aún se escucha el tradicional saludo, sobre todo como llamado a lascasas:

-¡Ave María Purísima!

La respuesta es también cordial invitación a entrar:

-¡Sin pecado concebida!

Ese saludo llegaría luego a nosotros para ser también un saludo argentino.

...En el firmamento

de España será divisa

decirlo ella primero:

AVE MARÍA PURÍSIMA

en el mundo, y en el cielo

hacerlo saludo eterno.

como dice Ignacio García Llorente en su España Sacramental.

En cancelas y azulejos también se lo glosaba

¡Jesús! Y qué mal haría

el que en esta casa entrara

y por olvido dejara

de decir ¡Ave María!

Como también quien, oída

palabra tan celestial

no respondiera puntual:

¡Sin pecado concebida!

Otras inscripciones eran más terminantes:

No traspase este portal

quien no jure por su vida

ser María concebida

sin pecado original.

Anotamos un último ejemplo, la encantadora estrofa que aún cantan los niños danzarines en la majestuosa Catedral de Sevilla:

Virgen pura, Inmaculada

más que el ampo de la nieve

que tritura con pie leve

la cabeza del dragón;

desde siglos Tú lo sabes,

fue la gloria de Sevilla,

aclamarte sin mancilla

en tu pura Concepción.

Estos niños son llamados seises, porque son elegidos en la edad de seis años, y bailan al

son del órgano, cánticos y castañuelas, vestidos de pajes; para el Corpus Christi , de rojo y amarillo, y para la Inmaculada de celeste y blanco. Así danzaron ante Juan Pablo II cuando visitó Sevilla.

La Inmaculada en América

La gran devoción de España por la Inmaculada Concepción de María se transmitió a toda la Hispanidad. Y podemos decir desde el primer día, pues cuando llegó Cristóbal Colón puso por nombre San Salvador a la primera isla descubierta, y a la segunda Santa María de la Concepción:

“ ...a la cual le puse nombre de Isla de Santa María de la Concepción

(diario de Colón)

y dice Fernando de Colón:

“a la segunda, por devoción que tenía a la Concepción de María

Santísima, y por el principal favor que en Ella tienen los cristianos, llamó Santa

María de la Concepción”.

(Historia del Almirante de las Indias, Don Cristóbal Colón).

Y Bartolomé de las Casas, en su Historia de las Indias, afirmando lo mismo, comenta:

“...él tenía devoción con su fiesta de la Concepción”.

La primera fiesta que se celebró en el nuevo mundo fue precisamente la de la Concepción Purísima de María, el 8 de diciembre de 1492:

“por honra de la fiesta de la Concepción, mandó el Almirante aderezar los

navíos, sacando las armas y banderas, y disparar la artillería”

(Antonio de Herrera, cronista de los viajes de Colón, 1730)

El gran Almirante que trajo la Cruz y el Evangelio a América, trajo también el amor a la

Madre de Dios. Él era un gran devoto de Nuestra Señora, un gran mariano, como diríamos hoy, que dejó numerosos nombres de la Virgen en las islas a las que llegaba, con muchos testimonios de su profundo amor a Ella, y su especial devoción era el misterio de la Inmaculada Concepción, como lo prueba también ésta su voluntad póstuma:

”Mando a mi heredero...que haga hacer una iglesia con su capilla en que

se digan Misas por mi alma, y de mi padre y antecesores y sucesores, la cual

iglesia o monasterio que fuere, se intitule Santa María de la Concepción”.

(primer testamento, 25 de agosto de 1498).

Continuaré...



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