sábado, 7 de noviembre de 2009

CONOCIENDO A LA SANTISIMA VIRGEN MARIA

Autor:Carlos Mesters oc

Titulo: MARIA, LA MADRE DE JESUS



“Dios está contigo, María!”


Como en la vida de las grandes figuras del Antiguo Testamento, Dios se hizo presente en la vida de María. El ángel Gabriel vino y le dijo: “¡Ave María, llena de gracia! ¡El Señor está contigo!”. Traduciendo mejor estas palabras para la gente, pueden decir: “¡Alégrate, María, favorecida por la gracia! ¡El Señor está contigo!” (Lc 1,28).

María quedó muy impresionada con este saludo del ángel y no sabía bien lo que significaban aquellas palabras (Lc 1,29). Y no era para menos, pues se trataba de dos asuntos muy importantes:


1. “Favorecida por la Gracia”

En la Biblia, la palabra gracia indica el amor y el cariño con que Dios ama a su pueblo, la fidelidad con que él lo sustenta y el compromiso que él asumió consigo mismo de estar siempre con ese pueblo para liberarlo.

No debemos pensar que el amor, la fidelidad y el compromiso de Dios es una especie de recompensa por el buen comportamiento del pueblo. ¡No! ¡No es merecimiento del pueblo! En ese caso ya no sería gracia. Dios ama porque quiere amar y hacer bien al pueblo. Dios hace esto, para que el pueblo “humilde y pobre” se acuerde y descubra su valor de personas. Dios ama, para que también el pueblo comience a amar con un amor verdadero, y comience a liberarse de todo cuanto impide la manifestación de este amor.

En el Antiguo Testamento, el pueblo siempre fue objeto de este amor fiel de Dios. María lo sabía muy bien, pues conocía la historia de su pueblo. Y ahora, conforme a las palabras del ángel, toda esta carga de amor fiel de Dios para con su pueblo y todo este compromiso de libertar a los oprimidos estaban siendo concentrados en su persona. Ella, María, era “favorecida por la gracia”. Era objeto de aquella gracia con que Dios quería beneficiar a su pueblo.

2. “Dios está contigo”

En el Antiguo Testamento Dios siempre estuvo con su pueblo. Cuando él llamaba a alguien para una misión importante para su pueblo, la palabra de garantía era siempre la misma: “Yo estoy contigo”. Así fue con Moisés (Ex 3,12), con Jeremías (Jer 1,8-19) y con tantos otros. Y ahora, el ángel declara que este mismo Dios libertador estaba con María.

Algo muy importante iba a suceder. Toda la historia, conducida por Dios con tanto amor, y llevada adelante por el pueblo con tanta dificultad y sufrimiento, confluyó en la persona de María y parecía estar llegando a su punto decisivo. Ella era, en aquel momento, la representante de todo el pueblo. No nos puede extrañar que María, persona humilde y pobre, se quedase confusa e impresionada ante el saludo del ángel.

¡No tengas miedo!

El ángel enseguida, para tranquilizarla, le dijo: “Tranquilízate, María, que Dios te ha concedido su favor. Pues mira, vas a concebir, darás a luz un hijo y le pondrás de nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David su antepasado; reinará para siempre en la casa de Jacob y su reinado no tendrá fin” (Lc 1, 30-33).

Con esta respuesta del ángel todo quedó claro. María supo que ella era escogida de Dios para ser madre del libertador del pueblo, esperado desde tantos siglos. ¡La esperanza de todos iba a realizarse!

Pero, eliminada una dificultad, surge luego otra: “¿Cómo sucederá eso, si no vivo con un hombre?” (Lc 1,34).

María todavía no estaba casada. ¿Cómo ser madre del libertador del pueblo en este caso? María puso esta dificultad porque pensaba que los planes de Dios se realizarían dentro de las normas comunes de la lógica humana. Pensaba que el niño nacería como todos los niños, a través de la unión del padre y de la madre.

Pero, para poder entender los caminos de Dios, la lógica humana por sí sola no basta. ¿Por qué? Porque quien realiza las cosas de Dios es el Espíritu Santo. Solamente el mismo Espíritu de Dios es capaz de hacernos comprender los caminos de Dios (cfr 1 Cor 2, 10-14).

“El Espíritu Santo vendrá sobre ti!”

Ante la dificultad de María, el ángel le contestó: “El Espíritu Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso al que va a nacer lo llamarán “consagrado”, Hijo de Dios. Ahí tienes a tu parienta Isabel; a pesar de su vejez ha concebido un hijo, y la que decían que era estéril está ya de seis meses; para Dios no hay nada imposible” (Lc 1, 35-37).

Cuando Sara, esposa de Abrahán, recibió la promesa de que iba a ser madre, ella no lo creyó y se echó a reír (Gn 18, 12). La lógica humana de Sara decía: “Un niño no puede nacer de una mujer vieja que nunca tuvo hijos”. Pero Sara tuvo que oír: “¿Acaso existe algo imposible para Dios?” (Gn 18,14).

A María también se le dijo lo mismo: “Para Dios nada haya imposible” (Lc 1, 37). Lo que el ángel le dice, no podía comprenderlo María, como tampoco Abrahán podía comprender el mandato de sacrificar a su hijo (Gn 22, 1-2). Pero Abrahán creyó y obedeció. María hizo como Abrahán, no se echó a reír como Sara, sino que aceptó con fe la invitación del ángel, se puso a la disposición de Dios y dio una respuesta muy sencilla: “Aquí está la esclava del Señor, cúmplase en mí lo que has dicho” (Lc 1,38). Exactamente en este momento, a través de la fe y la fidelidad de María, la Palabra de Dios se realizó, “se hizo hombre, acampó entre nosotros” (Jn 1,14). Llegó la plenitud de los tiempos (cfr GáI 4,4). El plan de Dios entró en su fase final. ¡Dios se hizo hombre! Un hombre llegó a ser Dios.

En la hora en que el ángel preguntaba a María si ella quería ser la madre del libertador del pueblo, era como si la historia de la humanidad quedase parada por un momento, suspensa ante la respuesta de aquella joven Miriam. Dios permitió que la respuesta libre de una joven “humilde y pobre” decidiese el futuro de la humanidad. Y ella no le decepcionó.

María, Madre y Virgen, retrato del pueblo de Dios

¿Cómo entender la acción del Espíritu Santo en María?

Mucha gente se pregunta: ¿Será verdad que Jesús nació de una virgen? No acaban de creerlo porque los niños siempre se sabe que no nacen de vírgenes.

Estas personas son como María, que preguntaba: ¿Cómo sucederá eso, si no vivo con un hombre?” (Lc 1,34). Son como Nicodemo, que preguntaba: “¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Podrá entrar otra vez en el vientre de su madre y volver a nacer?” (Jn 3,4). Satisfechas de su ciencia, tales personas no pueden entender la acción del Espíritu Santo.

Para que se pueda entender la acción del Espíritu Santo en María, no basta solo la ciencia. Debemos fijarnos también en lo que este mismo Espíritu está realizando hoy. Dios no cambia tan fácilmente. Lo que la Biblia afirma sobre María, es lo que en la actualidad está sucediendo también con el pueblo humilde que, como María, se abre a la Palabra de Dios y procura vivirla.

La acción del Espíritu Santo en María y en el Pueblo

María dice: “¿Cómo sucederá esto, si no vivo con un hombre?” Y el ángel respondió: “El Espíritu Santo bajará sobre ti”. Ella creyó, concibió por obra y gracia del Espíritu Santo y “la Palabra de Dios se hizo carne” (Jn 1,14).

El pueblo “humilde y pobre” siempre dice: “¿Qué somos nosotros? ¿Cómo podemos ser Iglesia de Cristo, si no tenemos recursos, si no sabemos nada, si somos débiles?”. Y Dios le responde por el anuncio del Evangelio: “El Espíritu bajará sobre ti”. El pueblo creyó en este mensaje, concibió del Espíritu Santo, y la Iglesia ya está naciendo. Es en la vida y en el testimonio de esta Iglesia donde la Palabra de Dios se hace carne y nos revela su imagen.

En el seno de María crecía Jesús, como fuerza y esperanza de liberación. José intentaba comprender aquel embarazo, pero no había modo de comprenderlo. Y como no quería llevarla a juicio, resolvió abandonarla. Pero no todos eran como José. Los libros antiguos relatan las calumnias de los malvados: “Es una prostituta; ¡durmió con un soldado romano!”. Eso era lo que los enemigos decían de la Santísima Virgen.

Hoy, en el seno del pueblo pobre nace y crece la Iglesia como fuerza y esperanza de liberación. Mucha gente intenta explicar este “embarazo” con argumentos sacados solamente de la ciencia, pero no lo consiguen.

Solamente lo comprende la gente sencilla, como José. Otros, sin embargo, son maliciosos o esparcen calumnias: “Esta Iglesia de los pobres -dicen- es el comunismo. Lo han hecho con dinero extranjero”.

Estas afirmaciones no explican nada. Son de gente que no creen en nada, y no es sencilla y clara. Se ve que solamente creen en sus propias ideas. Y lo que no encaja con sus ideas le dan de lado o simplemente, lo niegan. Estos se consideran “doctores de la ley”, únicos poseedores de la verdad. Por eso mismo no pueden creer en el Espíritu Santo que enseña que la fuerza nace de la flaqueza, que la sabiduría brota de la ignorancia, que la vida nueva nace de una virgen, que la iglesia servidora surge del pueblo humilde.

Como en María, así hoy el Espíritu Santo viene al mundo. Hace nacer a Jesús de la Virgen María y hace nacer a la Iglesia del pueblo pobre como de una virgen.

María, Madre y Virgen, retrato del pueblo de Dios

María, ¡Madre y Virgen! Eso es mucho más que una cuestión biológica, mucho más que una cuestión científica. Es el retrato fiel del modo de obrar de Dios con su pueblo.

Cuando Dios actúa, siempre realiza algo totalmente nuevo. Lo que Dios realiza no cabe en ninguno de nuestros esquemas. Dios es creador. Hace las cosas sin recursos. No depende de nosotros, ni nos viene a consultar si estamos de acuerdo con él o si su acción encaja en los esquemas de nuestra ciencia. Nosotros sí dependemos de él. Dios nos amó primero. Es él el que siempre toma la iniciativa. Cuando Dios entra en escena, todo lo cambia. Siempre sorprende. El es libre. Y donde existe el Espíritu del Señor, allí comienza a existir la libertad (2 Cor 3,17).

No es fácil entender los caminos de Dios. Nos pide conversión no sólo en nuestro comportamiento. Esto no es tan difícil: basta que tengamos fuerte voluntad. Pero Dios nos pide que cambiemos en nuestro modo de pensar: hay que caer del caballo como San Pablo. También hay que creer que Dios es capaz de realizar lo imposible, lo mismo hoy que siempre. Hay que reconocer que él es más potente que nuestra ciencia, “mayor que nuestro corazón” (1Jn 3,20).

Suena la hora en que tenemos que desconfiar un poco de nuestras ideas y reconocer que lo que nace del pueblo es mayor que nuestra lógica, es capaz de explicarlo todo; así estaremos en condiciones de comenzar a entender lo que la Biblia quiere afirmar cuando dice que María quedó embarazada por obra y gracia del Espíritu Santo (Mt 1,18).

La incomprensión del propio pueblo

¡Pero no conviene mitificar al “pueblo humilde y pobre”, como si bastase a cualquiera ser de este pueblo pobre, para poder ser salvado y comprender las cosas de Dios! Por el contrario. No eran sólo los enemigos los que no comprendieron el embarazo de la Virgen María. Fue el mismo pueblo el que no lo comprendía e hizo sufrir a María, forzándola a hacer aquel viaje, embarazada e incómoda, en compañía de José, el único que le fue siempre fiel. El pueblo solamente pudo comprender el embarazo de la Virgen María después de que Jesús se manifestó como Mesías. Y aun así, delante de Pilatos, el mismo pueblo se echó atrás y pidió su muerte (Mc 15, 6-15).

No por el hecho de que alguien pertenezca al pueblo pobre, tiene ya la llave para comprender el misterio de Dios presente en la vida. La historia de María demuestra lo contrario. A veces, los prejuicios del pueblo son tan grandes, que le impiden ver las cosas que están ocurriendo. Una virgen pone en peligro su honra por la liberación del pueblo. Y el propio pueblo no quiere entender este sacrificio. El sufrimiento que de esto resulta para María, debe haber sido mucho mayor que todo el sufrimiento causado por la incomprensión de los “orgullosos”, de los “poderosos” y de los “ricos”, de los que ella habla en su cántico (Lc 1, 51-53).

Dios pide la conversión de todos, tanto de los pobres como de los ricos, de los pequeños y de los poderosos, de los humildes y de los orgullosos. Solamente que, dentro del plan de Dios, son precisamente los pobres, los pequeños y humildes los que entienden el mensaje del Evangelio y lo aceptan. “Si, Padre, porque así fue de tu agrado” (Mt 11,26).

Los Hermanos de Jesús

Hay una discusión entre católicos y protestantes en torno a “los hermanos de Jesús”. Esta expresión sale varias veces en los evangelios.

Los protestantes, apoyándose en su propia tradición, explican esta expresión al pie de la letra y dicen: “María tuvo más hijos. No es virgen”. De hecho, San Marcos dice que los hermanos de Jesús eran cuatro y da los nombres: “Santiago, José, Judas y Simón” (Mc 6,3). Además, también habla de “las hermanas de Jesús”. Así, junto con Jesús serían al menos siete hermanos, todos hijos de José y María”.

Los católicos , apoyándose en su propia tradición muy antigua, dicen que la Virgen María sólo tuvo un único hijo, Jesús, y que ella permaneció virgen hasta el fin de su vida. Los católicos también tienen sus argumentos: dicen que no se puede entender al pie de la letra la expresión “hermanos de Jesús”, pues en la lengua de Jesús la palabra “hermano” era muy elástica. Dentro de esta palabra “hermano” cabía mucha gente, no sólo los hermanos, hijos de los mismos padres, sino también los primos y otros parientes. Era, más o menos, como la palabra “primo” hoy en nuestra lengua. La gente no puede tomar al pie de la letra la palabra “primo”. Es también una palabra muy elástica. Por ejemplo, llega uno y empieza a hablar con otro, y te dice después: “Este es un primo mío”. Si tomas al pie de la letra esta palabra, le preguntas: “Entonces, es hijo de un hermano de tu padre o de tu madre?”. Y te responde: ¡“Nada! Es hijo del hermano de un tío de mi abuelo”.

Realmente no podemos tomar al pie de la letra la palabra “primo”. Lo mismo podemos decir de la palabra “hermano” en tiempo de Jesús.

Si le hubiésemos preguntado a San Marcos : “Entonces, aquellos cuatro hermanos de Jesús son todos hijos de José y María?” Marcos hubiese respondido: ‘Nada. Son hijos de una prima o de una hermana de la Madre de Jesús”. De hecho, el mismo Marcos dice de Santiago que era hermano de Jesús (Mc 6,3), pero hijo de “otra María” (Mt 16,1). San Mateo dice claramente que se trataba de “otra María (Mt 28,1). Se hablaba mucho de este Santiago “hermano del Señor” (GáI 1,19) porque ocupaba cargos importantes en la Iglesia de los primeros cristianos.

Así, aquellas personas llamadas hermanos o hermanas de Jesús, eran primos y primas. Además, si Jesús hubiese tenido más hermanos y hermanas, a la hora de morir en la cruz, ¿iba a entregar a su madre al apóstol Juan, que era un extraño y no pertenecía a la familia? (cfr Jn 19,27). ¿Hubieran permitido esto sus hermanos y sobre todo, sus hermanas?

De todas maneras, tanto los católicos como los protestantes ambos tienen sus argumentos. Pero no conviene pelear por esto, ni perder mucho tiempo en discusiones, pues unos no van a convencer a los otros. Cada cual se quedará con su opinión, que en el fondo, no depende de los argumentos, sino del amor. Lo importante es imitar el ejemplo de María.

La lucha entre la mujer y el dragón de maldad

Las dos señales del cielo: la mujer y el dragón

En el capítulo doce del Apocalipsis, el último libro de la Biblia, aparecen dos grandes señales en el cielo. De un lado, aparece una mujer vestida como el sol, teniendo la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en la cabeza (Ap 12,1). Está embarazada y grita atormentada por los dolores de parto (Ap 12,2).

Por otro lado, aparece un dragón inmenso color de fuego, con siete cabezas y diez cuernos. Cada cabeza tiene una corona (Ap 12,3). Es la “antigua serpiente que aquí es ya un dragón, tan fuerte que con la fuerza de su cola derrumba una tercera parte de las estrellas” (Ap 12,4).

Entre la mujer y el dragón va a comenzar una lucha. El dragón se coloca en posición de combate ante la mujer. Quiere devorar al niño en el momento en que va a nacer (Ap 12,4). Humanamente hablando, la lucha está decidida ya antes de comenzar. Quien va a ganar es el dragón, pues la mujer, en el momento de dar a luz no tiene fuerzas para luchar. Digo humanamente hablando.

¿Quién es la mujer?

La mujer que aparece aquí, en el último libro de la Biblia, es aquella de quien se habla en la primera página de la Biblia, donde Dios dice a la serpiente: “Enemistades pondré entre ti y la mujer y entre tu linaje y su linaje. Ella te pisará la cabeza mientras acechas tú su talón” (Gn 3,15).

Con otras palabras, la mujer es Eva, la primera mujer. Es la humanidad toda en cuanto que engendra hijos que luchan contra las fuerzas de muerte y de maldición. Es el pueblo de Dios, llamado para defender la vida humana, transmitir la bendición de Dios a todos los hombres (cfr Gn 12, 1-3), y poner paz en el mundo destrozado por la maldición. La mujer es también la Virgen María, en quien se concentra toda esta lucha contra la maldición y la muerte. Es María, la joven humilde y pobre de Nazaret, en cuanto nos da al Niño Jesús, esperanza de liberación para todos.

Esta mujer, gritando con dolores de parto, representa la esperanza de vida que existe en el corazón de todos, sobre todo de los pobres. Esperanza, al mismo tiempo, frágil y fuerte. Es frágil, como frágil es la mujer a la hora de dar a luz; no tiene defensas, no puede luchar, pues está totalmente entregada a dar vida nueva a un nuevo ser humano. Pero, por eso mismo, ella es fuerte, el ser más fuerte del mundo.

Pues bien, aquella lucha anunciada por Dios desde la primera página de la Biblia, llega ahora a su punto decisivo en María, que da a luz al niño Jesús. María representa a todas las madres que engendran hijos y que garantizan así el futuro de la humanidad. Las madres que luchan para transmitir a los hijos su esperanza, su voluntad inmensa de ser personas. María representa a todas aquellas personas que dan testimonio del bien en la vida, que luchan para que la vida pueda vencer a la maldición que entró en el mundo por la serpiente. Ella representa sobre todo al “pueblo humilde y pobre que busca su esperanza únicamente en Dios” (Sof 3, 12).

¿Quién es el dragón?

El Dragón es el poder del mal, “el Diablo o Satanás, el seductor del mundo entero” (Ap 12, 9). Es aquella misma “antigua serpiente” que está perturbando la vida de los hombres desde el comienzo, intentando apartarlos de Dios Padre y queriendo provocar la violencia asesina de Caín, la superstición del diluvio y la opresión de la Torre de Babel.

Pero, más en concreto, ¿quién es este dragón? El libro del Apocalipsis dice que el dragón transmitió su poder a una Bestia feroz (Ap 13, 1-3). Esta Bestia feroz adquirió así gran poder y autoridad en el mundo entero (Ap 13, 3-4). Enseguida, la Biblia descubre todas las maravillas que esta Bestia realiza (Ap 13, 5-17). Y al final dice que la Bestia feroz tiene un número “de hombre” que es el 666 (Ap 13,18).

¿Cuál es el significado de este número 666? ¿Qué indica este número ? En el tiempo en el que se escribió el Apocalippsis el pueblo de Dios era perseguido por el gobierno del Imperio Romano. Lo mismo que Herodes había perseguido al niño Jesús, también el emperador romano perseguía a los cristianos. El Imperio Romano quería destruir la Iglesia que estaba naciendo en medio del pueblo pobre. Pero los cristianos no se desanimaban. Sufrían mucho, pero sabían que el sufrimiento era como el dolor de parto, comienzo de una nueva vida. Sabían que Dios estaba con ellos, lo mismo que había estado con la Virgen María, cuando ésta tuvo que huir de Herodes. Para ellos la situación estaba clara, la Bestia feroz que había recibido su poder del Dragón de la Maldad, era el Emperador Romano. Pero ellos no eran tontos para decir esto abiertamente. Hubieran sido acusados como subversivos. Sabían ser prudentes e inventaron un medio discreto para decir esta verdad a los otros. Decían “aquí es preciso el discernimiento. Quien es inteligente puede calcular el número de la Bestia feroz, pues el número representa el nombre de un hombre. Su número es seiscientos sesenta y seis” (Ap 13, 18).

Ahora bien, quien sabe hacer los cálculos que ellos hacían sabe que este número indicaba exactamente al emperador romano, que estaba persiguiendo a los cristianos. En aquellos tiempos había la costumbre de dar un número a cada letra. Así, sumando los números de cada letra del nombre de César-Neron, el total de la suma daba exactamente 666. César Nerón era exactamente el nombre del Emperador de Roma que perseguía a los cristianos.

La Biblia muestra así que el poder del mal no existe suelto en el aire, sino dentro de las personas y dentro de las instituciones que estas personas organizan para luchar contra la vida y contra la esperanza. Concretamente, para la Biblia, la Bestia feroz que recibió el poder del Dragón es el poder organizado del Imperio Romano, poder anti-Dios, anti-Cristo, anti-vida, anti-esperanza, poder del mal y de maldición.

¿Quién va a ganar esta lucha?

De un lado, está la mujer, o sea, la humanidad en cuanto sigue en el futuro la lucha de la mujer; está el pueblo de Dios, sobre todo el pueblo humilde del que habla la Virgen María en su cántico (Lc 1,46-55); está María, la madre de Jesús. La “mujer” representa a todos aquellos que creen en Dios y en su palabra, y que intentan suscitar vida nueva. Ellos sufren por esta causa, pero no les importa, pues saben que sus dolores son dolores de parto. Promesa de vida y de esperanza.

De otro lado está el dragón, o sea, la humanidad en cuanto cree sólo en su propio poder y saber, y en sus propias riquezas. Está el Imperio Romano, los ricos orgullosos y los poderosos de que habla el mismo cántico de María. Ya no creen en Dios, ni en la vida. No les interesa el futuro, a no ser en cuanto sirve para conservar el poder y la riqueza que ellos ya poseen. Ellos matan la vida y la esperanza para poder defender sus propios intereses. El dolor que sufren en esta lucha no es dolor de parto sino estertor de muerte: el anuncio del fin.

La enemistad que existe entre la mujer y el dragón viene desde el comienzo. Siempre existió. Los dos lados en lucha saben que la paz entre ellos no es posible. No es posible un tratado de paz entre la bendición y la maldición, entre la vida y la muerte, entre la justicia y la injusticia, entre el bien y el mal. Esta enemistad entre los dos solamente podrá ser superada y eliminada por la victoria completa de uno sobre el otro.

¿Quién va a ganar esta lucha? ¿La mujer o el dragón? ¿La vida o la muerte, la bendición o la maldición? ¿María que da la vida a Jesús o Herodes que quiere matarlo? ¿Los cristianos o el Imperio Romano? ¿La flaqueza o la fuerza? Humanamente hablando, la mujer va a perder.

Dios interviene en favor de la vida

El Apocalipsis cuenta que la mujer dio a luz al niño y aquel niño fue arrebatado al cielo (Ap 12, 5-6). ésta es la descripción más breve de la vida de Jesús: nació de María en el portal de Belén, vivió treinta años después, casi fue devorado por el dragón que lo condenó a muerte y lo mató en la cruz, pero intervino Dios y lo resucitó. Lo arrebató de la muerte por medio de la boca del Dragón de Maldad y lo llevó al cielo donde lo sentó a su derecha (Ap 12,5). Allá en el cielo él recibió todo el poder y se convirtió en el Señor de la Historia (Ap 12, 10-12).

Humanamente hablando, la mujer iba a perder. Pero Dios vino y se colocó al lado de la vida. La mujer venció y la vida venció. El Dragón de Maldad y de muerte fue derrotado. No tiene explicación humana: la flaqueza venció a la fuerza.

Esta victoria de Dios nos garantiza la victoria final del bien, en esta lucha contra el mal que continúa hasta hoy. Dios tomó partido y definió su posición. El Dragón de Maldad será derrotado.

Toda esta lucha inmensa comenzó muy humildemente, con la visita del ángel a la casa de María en Nazaret y con el nacimiento tan pobre de Jesús en Belén. Cuando el ángel vino. Augusto, el Emperador no supo nada. Nadie se enteró. Pero las cosas grandes de Dios suelen suceder en lo escondido de la vida de las personas humildes que creen que para Dios nada es imposible. Personas que merecen el elogio de Isabel a la Virgen María: “¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!”. Así estas personas sencillas realizan las cosas realmente grandes, sin que casi se note.

“¡Felices ustedes los pobres!” (Lc 6,2)

Cuando Jesús nació sólo vinieron a adorarle unos despreciados pastores. Solamente los pobres consiguen descubrir la riqueza escondida dentro de la pobreza. Si a un campesino de nuestros pueblos le hubiesen invitado a visitar al niño Jesús en el portal de Belén, hubiese exclamado: “Virgen María, un niño ha nacido, el mundo vuelve a comenzar”. En cada niño que nace, débil, desnudo y sin defensa, la gente ve algo del poder y de la grandeza de Dios.

Sólo los pobres y los humildes reconocen la grandeza del poder de Dios presente en la flaqueza de las cosas humanas. Jesús mismo decía al Padre: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues así te ha parecido bien” (Mt 11, 25-26).

Por eso mismo, los pobres pueden considerarse felices, porque grande es la misión que deben realizar. Deben descubrir y anunciar a los otros la Buena Nueva de la liberación que viene de Dios.

Por todo esto, el pueblo sencillo siempre acude con fervor al amparo y protección de la Virgen María y pone su confianza y esperanza en el nombre de María. Es en María en quien los pobres se reconocen. María es para el pueblo el espejo que Dios nos presenta. En este espejo de la vida de María, el pueblo descubre su ejemplo y modelo de la misión que debe cumplir. La historia de este pueblo pobre, es la historia de María, que continúa viviendo hasta hoy. Hasta hoy continúa entre nosotros la misma lucha de la mujer contra el dragón de maldad, llenando el corazón de toda una nueva esperanza. La mujer va a vencer porque Dios está con ella. Vamos ahora a ver más de cerca algunos de estos hechos de vida de hoy en los que continúa la historia de María y que nos ayudan a conocer la importancia de nuestra vida y de nuestra historia dentro del plan de Dios.

Al pie de la Cruz:

“Ahí tienes a tu madre!”

Todas las cosas que contamos aquí son historias verdaderas del pueblo “humilde y pobre”, que camina, con amor y devoción a la Virgen María, por los caminos de la vida. Camina hacia el Calvario, donde Jesús está colgado en la Cruz (cfr Jn 19, 25-26). El pueblo no huye, ni tiene miedo de sufrir. ¡Sufre tanto! Pero no se desalienta. Camina con la virgen María, venerando su imagen, para estar junto a Jesús, que está muriendo, en estos días, en tantos hermanosÉ

Llegando al Calvario, el pueblo no habla. Sólo se queda allí fijo, presente. Jesús tampoco habla. Solo reza colgado en la Cruz. Y allí, en el silencio de aquel dolor, los ojos de Jesús repiten también hoy todavía las mismas palabras que se oyeron por primera vez en el Calvario de Palestina: “Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo (al pueblo) a quien amaba, dice a su madre: ‘Mujer, ahí tienes a tu hijoí. Luego dice al discípulo: ‘Ahí tienes a tu madreí. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa” (Jn 19, 26-27).

Desde que Jesús, desde lo alto de la cruz, poco antes de morir, pronunció aquellas palabras, el pueblo humilde nunca más se separó de la Virgen. La lleva consigo, dentro de su corazón, dentro de su casa, a donde quiera que va. Jesús lo mandó. Fue su última voluntad.

Pascua: La extraña fuerza de la Resurrección

Estos hechos históricos demuestran cómo la historia de María continúa hasta hoy en las pequeñas y grandes luchas de nuestra vida. Silencioso y sin nombre, el pueblo va siguiendo a la Virgen María por las calles y plazas de la vida con fervor y esperanza. Casi nadie le conoce por su nombre; el pueblo no habla. ¿Hablar, para qué?, si nadie le escucha. Solo se oye el murmullo de su voz, allá debajo del “paso” de la Virgen en la procesión, mezclado con las voces de millares de hombres y de mujeres de todas las lenguas y naciones, llorando y rezando sin parar: ¡Ave María!

Pero aquél que sabe escuchar la voz del silencio del pueblo y de su dedicación a la vida, ése capta su mensaje y comienza a entender algo de la extraña fuerza de resurrección que hay en la cruz. La cruz de Cristo, la cruz del pueblo, escándalo para unos y locura para otros, pero para nosotros expresión de la sabiduría y del poder de Dios (1 Cor 1, 18. 23).

El comienza a comprender que de los que aplastan la vida, no puede venir la fuerza de vida. De éstos sólo viene la muerte, pues ellos mismos están muertos, envueltos de pensamientos de muerte, sin vida. Ellos mismos necesitan la redención y la liberación, que sólo podrá venir de los débiles y de los oprimidos. Pues la fuerza de vida sólo nace allí donde la vida está crucificada y oprimida, torturada y perseguida. Y sólo allí aparece la fuerza de la Resurrección. Sólo resucita quien muere primero.

A muchos les gustaría que el pueblo no tuviese que pasar por el Viernes Santo, sino llegar directamente al Domingo de Resurrección. ¿Vivir como si el Viernes Santo continuase también hoy en la vida del pueblo? ¿Abandonar el Calvario antes de tiempo y dejar a los hermanos solos sufriendo en la cruz? Por el simple hecho de que el pueblo se quede al pie de la Cruz, junto con la Virgen María, ella anuncia a todos su fe en la resurrección y en la vida. Si no lo creyesen, la vida ya hubiese cesado hace mucho tiempo sobre la faz de la tierra.

Hablar así parece “locura y escándalo” (1 Cor 18. 23). Pero hay motivo para eso. Lo mismo que el “pueblo humilde y pobre” del tiempo del profeta Sofonías (Sof 3, 12), así nuestro pueblo parece que no cree más en ideas y promesas humanas, por muy buenas que sean. Ha sido engañado durante siglos enteros. Sufre demasiado para poder creer todavía en los hombres que prometen un futuro mejor. Solamente cree en Dios y en la vida: solamente con estos dos -con Dios y con la vida- se comprometen ellos. El pueblo adquirió una sabiduría y una sabia desconfianza que no se deshace con sermones y discursos políticos. Para que los pobres puedan creer, exigen pruebas y testimonios concretos. Solo así el pueblo acepta y se compromete. Antes que alguien quiera que el pueblo crea en él, debe merecer esta fe del pueblo con su testimonio personal. La Virgen María la mereció.

Por eso mismo, a pesar de estar oprimido este pueblo, es libre. Libre, tanto frente a sus opresores, como a sus libertadores, y a ambos los juzga.

Los nombres que el pueblo dio a María

Es el amor el que inventa los nombres. El nombre es lo que más le gusta decir a la persona amada. Cuanto más se le quiere, más nombres se le dicen.

El amor del pueblo inventó los nombres para la Madre de Jesús. Son tantos que no cabrían en muchas páginas. Solo pongo algunos: Concepción, Nuestra Señora del Buen Parto, Nuestra Señora del Buen Viaje, Nuestra Señora del Destierro, la Virgen del Perpetuo Socorro, del Buen Consejo, del Amparo, de los Remedios, de la Salud, Nuestra Señora de la Ayuda, de Guía, Virgen de los Navegantes, Nuestra Señora de Consolación, de los Dolores, de la Buena Muerte, de la Soledad, de la Piedad, de las Victorias, de las Gracias, de las Mercedes, de la Asunción, de la Gloria, del Rosario, de la AlegríaÉ

Tiene nombres para todos los momentos de la vida, desde el nacimiento hasta la muerte. Nuestra Señora acompaña al pueblo en el “destierro” y en la “soledad”, en los “dolores” y en la “muerte”. Va con ella en todo canto y en ella alimenta la “esperanza” con su “ayuda”, con sus “consejos”, con su “consolación”. Ella “ayuda” y “ampara”, “guía” y “socorre”, da “remedios” y “libertad”, conduce a la “victoria” e introduce en la “gloria”, comunicando a todos su “alegría”.

Tiene también nombres ligados a los lugares donde ella vivió y donde es venerada: Nuestra Señora de Nazaret, de Belén, de Loreto, de Caacupé, de Itatí, de Luján, de Fátima, de Lourdes, Nuestra Señora del Carmen, Nuestra Señora Aparecida.

Centenas de municipios y millares de poblados en todas las naciones cristianas tienen nombres ligados a Santa Ana, la madre de la Virgen, y a San José, su esposo.

La imagen de la Virgen con el niño Jesús en sus brazos, o la imagen de la Purísima Concepción, que pisa la cabeza de la serpiente, está colocada en todas las casas de nuestro pueblo, pintada o copiada de mil maneras. Es la imagen de las madres cristianas que tienen a sus hijos y creen en la vida, derrotando al dragón de maldad.

Las fiestas del pueblo en honor de la Virgen María

Los santuarios marianos, hacia donde el pueblo acude de todas partes, están repartidos por todos los pueblos del mundo cristiano. Ríos de coches y de autobuses, carreteras de romeros cruzan las calles en todas direcciones. Van cantando y rezando un rosario después de otro a la Virgen María. En las plazas, frente a los santuarios, se encuentran amigos y conocidos, se hacen nuevas amistades, se ríe, se conversa. Todo es una gran fiesta, anticipo de la fiesta final.

Doña Raimunda, viuda, madre de 17 hijos, diez fallecidos y siete vivos, lo dice todo en una sola frase. Le pregunté: “¿Señora, por qué hace esta romería? ¿Qué va a hacer en el Santuario?”. Y ella respondió: “Voy a gozar del cielo de cerca”.

Quien no puede ir tan lejos, se queda en casa y hace la novena en su propio pueblo. Va a la procesión, hace el mes de mayo en honor de María, asiste a la novena y a la misa solemne en la fiesta de la Virgen.

¡Son tantas las maneras que el pueblo tiene para demostrar su devoción! Novenas y rosarios, mes de mayo y coronaciones, cantos y fiestas, imágenes, procesiones, letanías y bendición, santuarios y ermitas, sin hablar de la devoción personal de cada uno.

Naciones enteras que se reúnen en millares de lugares, para rendir homenaje a María, en las fiestas de la Madre de Dios. dicen que debajo de una montaña existe un río subterráneo que, si fuese posible aprovechar su agua, daría para convertir toda las regiones desiertas en un jardín verde y florido. Tan inmenso es el río. Existe en el pueblo un río subterráneo que fluye por aquí y por allá. Es la inmensa devoción de siglos que el pueblo tiene a la Virgen María. Pero su agua aún no está bien aprovechada. Si fuese posible canalizar esta agua de Dios y todo lo que ella representa para el pueblo, la vida del pueblo se transformaría en un jardín verde y florido, y el pueblo cantaría hoy el cántico de María, como se cantó por primera vez.

Sería la llegada del Reino que Dios prometió y para cuya realización, él quiso y todavía quiere depender, no del consentimiento del emperador romano, o del Gobierno, sino del pueblo humilde y de aquella mujer joven, muy pobre, del interior de Galilea, llamada María.

¡Dios les Bendiga!


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