Si queremos pastores de almas, capaces de vivir en comunidad, crear comunidades y pastorearlas, es necesario cambiar el tipo de formación, realizada ya no en enormes seminarios que se parecen a cuarteles militares, sino en pequeñas comunidades, que sean como cenáculos en que los futuros pastores de almas convivan en contacto continuo con sus formadores, el párroco y sus vicarios.
Y el seminario? Reservarlo para las clases. Normalmente habría que alternar períodos de clases, estando en el seminario, y períodos de estudio personal y grupal, viviendo en una parroquia o centro de pastoral. Así se evitará el peligro de la masificación, perdiéndose cada uno en el anonimato, y se favorecerá el espíritu y la práctica comunitaria.
Aparte de esto, es necesario reestructurar la misma enseñanza que se imparte a los seminaristas. Ya no tiene que ser una simple transmisión de conocimientos, sin una referencia concreta a los destinatarios del mensaje. Los seminaristas tienen que acostumbrarse a realizar investigaciones de campo, para que conozcan la situación real de la gente que van a evangelizar y vayan haciendo ensayos para ver cómo, poco a poco, pueden ir elevando el nivel religioso del pueblo católico, mediante una evangelización totalmente encarnada y con resultados bien precisos.
Que se trate de un verdadero análisis, que lleve a un conocimiento real de la situación religiosa, en que vive nuestro pueblo católico, teniendo en cuenta su herencia indígena, el influjo de la Nueva Era y un sinfín de prácticas supersticiosas. No un análisis desviante, que se vaya por el aspecto político y económico o sea encaminado a buscar excusas o pretextos para ver a quién echarle la culpa del fracaso, que estamos teniendo en el campo de la evangelización. Y todo esto, con la asesoría de los mismos maestros, cuya tarea tiene que ser la de formar a futuros pastores de almas y no a simples filósofos o teólogos.
Por lo que se refiere a la selección de los candidatos, considero incorrecto desechar ciertas vocaciones por el simple hecho que no pueden alcanzar un determinado nivel académico, que supone una mayor capacidad intelectual. Es como tentar a Dios: por un lado se le piden más vocaciones y por el otro se desechan las que Dios manda, por no cumplir ciertos requisitos de orden académico, necesarios para alcanzar una licenciatura en filosofía o teología. Me pregunto: “Qué tiene que ver la vocación con la licenciatura?” Que haya más opciones de formación académica para acceder a las órdenes sagradas: con licenciatura o sin licenciatura, cursos normales y cursos más largos para los que tengan menos capacidad. Que se respete la manera de ser y el ritmo de cada alumno. Que haya más atención personalizada para cada candidato al ministerio sacerdotal.
Fuente: http://www.padreamatulli.net/
martes, 17 de noviembre de 2009
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