domingo, 22 de noviembre de 2009

Las Sagradas Imágenes

CULTO A LAS IMAGENES


1. ¿Los católicos adoran las imágenes?


No, los católicos no adoran las imágenes.
Las imágenes son representaciones de Nuestro Señor Jesucristo, de la Santísima Virgen, de los Ángeles o de los Santos, que nos ayudan a recordarlos, a amarlos y a invocarlos.
Es análogo a lo que sucede con las fotografías de nuestros seres queridos: cuando tenemos el gusto de mirarlas, estamos pensando en las personas representadas, y no en las fotografías en cuanto pedazos de papel.


2. ¿Pero no dice la Biblia que está prohibido hacer imágenes?


No. Lo que Dios prohibió fue adorar a las imágenes.
En el Antiguo Testamento Dios prohibió a los hebreos que hicieran imágenes, no porque se tratase de algo malo en sí mismo, sino por causa de las circunstancias: los israelitas vivían en medio de pueblos paganos idólatras (es decir, que creían que las estatuas eran dioses o tenían propiedades divinas, y por eso las adoraban) y tenían mucha tendencia a imitarlos. Para evitar que cayesen en el error de los paganos, Dios prohibió la representación de la divinidad por medio de pinturas o estatuas (Éxodo 20, 4-5; Deuteronomio 5, 6-10)
Sin embargo, el mismo Dios mandó varias veces que los judíos hicieran estatuas o representaciones simbólicas.


3. ¿En qué parte de la Biblia están esas órdenes?


Esas órdenes están en varias partes de las Sagradas Escrituras.
En el libro del éxodo (que narra la huída de los judíos de la esclavitud en Egipto), Dios les mandó que hicieran imágenes que representasen a los Querubines, para que fuesen colocadas a los lados de la cubierta del Arca de la Alianza (Éxodo 25, 17-22)
En otra ocasión, cuando los judíos se rebelaron contra Moisés en el desierto, fueron castigados por Dios. Arrepentidos, pidieron perdón. Entonces Dios le mandó a Moisés que hiciera una serpiente de bronce como una señal: todos aquellos que estuviesen heridos y la mirasen, serían curados (Números 21, 8) Esa serpiente de bronce simbolizaba a Nuestro Señor Jesucristo, conforme fue certificado por el mismo Salvador: "Al modo que Moisés en el desierto levantó la serpiente de bronce; así es menester que el Hijo del hombre sea levantado; para que todo aquel que crea en Él, no perezca, sino que logre la vida eterna" (Jn. 3, 14-15)
En fin, por orden expresa de Dios, también Salomón, al construir el Templo de Jerusalén, puso significativas imágenes que servían de adorno y de instrucción para el pueblo (III Reyes 6, 23-32; 7, 25-30; I Crónicas 28, 17-19, etc.)


4. Y en el Nuevo Testamento, ¿tampoco hay prohibición de hacer imágenes?


En el Nuevo Testamento no hay prohibición alguna de hacer imágenes. Se mantiene sólo la prohibición a la idolatría; es decir, de considerar a las imágenes como dioses y adorarlas: "Adorarás al Señor Dios tuyo, y a Él solo servirás." (Lc. 4, 8. Ver también I Tesalonicenses 1, 9; I Corintios 5, 10; Efesios 5, 5; I Juan 5, 21)


5. ¿Usa la Biblia alguna vez figuras simbólicas de Dios?


Sí. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento encontramos figuras y símbolos para referirse a Dios: el profeta Daniel habla del anciano lleno de días, para sugerir la eternidad de Dios (Daniel 7, 9-10); el Divino Espíritu Santo se manifestó en forma de paloma y de lenguas de fuego (Mt. 3, 16; Mc. 1, 10; Lc. 3,22; Jn. 1, 32; Hechos 2, 3)


6. ¿Por qué hacer pinturas o imágenes de Jesús, de la Virgen y de los Santos?


Cristo Nuestro Señor y su purísima Madre, así como los Santos, tienen una fisonomía humana. Representar esa fisonomía para ayudarnos a que nos acordemos mejor de ellos y a pedir su intercesión, no sólo no está prohibido, sino que es recomendable.


7. ¿Cuándo comenzaron los católicos a hacer imágenes?


Desde el inicio del Cristianismo. En las catacumbas (lugares de Roma donde los primeros cristianos se escondían de las tropas imperiales para poder practicar la Religión) ya encontramos dibujos y figuras representando a Cristo. Los escritores sacros de los comienzos de la Iglesia, los historiadores y arqueólogos, así como los decretos de los Concilios Ecuménicos, certifican la antigüedad de esa práctica.


8. Rezar a Nuestra Señora, a los Ángeles y a los Santos ¿no es contrario a la enseñanza de que Jesucristo es el único Mediador entre Dios y los hombres?


Es verdad que San Pablo afirma que "uno es Dios, y uno también el mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre" (I Timoteo 2, 5)
Sin embargo, la afirmación de la mediación de Cristo no excluye que pueda haber otros mediadores secundarios, pues el propio Apóstol es el primero en pedir la intercesión de otros para con Dios.
Por ejemplo, en su Carta a los Cristianos de Roma, San Pablo hace la siguiente súplica: "Entre tanto, hermanos, os suplico por Nuestro Señor Jesucristo, y por la caridad del Espíritu Santo, que me ayudéis con las oraciones que hagáis a Dios por mí" (Romanos 15, 30) Y, en su segunda carta a los fieles de la ciudad griega de Corinto, escribe: "Dios [...] el cual nos ha librado y nos libra de tan graves peligros, y en quien confiamos que todavía nos ha de librar, ayudándonos vosotros también con vuestras oraciones" (II Corintios 1, 9-11)
Ahora bien, si no fuera lícito recurrir a la intercesión de María Santísima, porque sería contrario a la mediación de Cristo, el Apóstol no hubiera dado él mismo el ejemplo pidiendo para sí las oraciones de los fieles.


9. ¿Cómo se explica la mediación de Nuestra Señora, de los Ángeles y de los Santos?


Nuestro Señor Jesucristo es el único mediador entre Dios y los hombres, como enseña San Pablo. Siendo al mismo tiempo Dios y hombre, Él une los dos extremos que necesitan ser reconciliados, el hombre y Dios.
No obstante, esa mediación absoluta de Cristo no impide que haya otras mediaciones subordinadas y dependientes de la suya (cfr. Gal. 3, 19)
La Santísima Virgen fue el instrumento del que Dios quizo valerse para la Encarnación del Verbo, escogiéndola como Madre de Jesucristo, el Mediador universal. María tiene una relación y una unión tan íntima con su Divino Hijo que, por los méritos de Él, puede Ella obtener que nos conceda las gracias divinas.
No se trata, pues, de una mediación diferente de la mediación de Nuestro Señor, sino de una participación, por voluntad divina, en la mediación de Jesucristo; una asociación de la Madre a la mediación de su Divino Hijo.
De modo semejante, los Santos y los Ángeles están unidos a Dios por su amor y fidelidad; son los amigos de Dios y Dios no dejará de atender sus pedidos. Así, podemos recurrir a ellos para obtener el auxilio del Cielo.


10. Entonces, ¿venerando a María Santísima y recurriendo a Ella estamos agradando a Dios?


Perfectamente. Obrando así estamos imitando al Arcángel San Gabriel, que la saludó de parte del mismo Dios: "Dios te salve, ¡oh llena de gracia!" (Lc. 1, 28); y estamos haciendo lo mismo que Santa Isabel que, llena del Espíritu Santo, exclamó: "Bendita tu eres entre [todas] las mujeres" (Lc. 1, 42)


11. ¿Existe en la Biblia alguna prueba de que debemos imitar en eso al Arcángel San Gabriel y a Santa Isabel?


Sí. La propia Virgen profetizó que esa veneración le sería prestada hasta el fin del mundo. Respondiendo a la salutación de su prima, Ella entonó el bellísimo cántico de acción de gracias dirigido a Dios, en el cual proclamó: "ya desde ahora me llamarán Bienaventurada todas las generaciones" (Lc. 1, 48)


12. ¿Se puede probar según los Evangelios la eficacia de la intercesión de María?


Los Evangelistas atestiguan la eficacia de la intercesión de María Santísima para alcanzarnos favores, ya sean de orden espiritual o material.
San Lucas presenta a Nuestra Señora santificando a San Juan Bautista cuando todavía él estaba en el vientre materno. Al visitar a su prima Santa Isabel, ésta, llena del Espíritu Santo, exclamó: "¡Bendita tu eres entre [todas] las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre! Y ¿de dónde a mí tanto bien que venga la Madre de mi Señor a visitarme? Pues lo mismo fue penetrar la voz de tu salutación en mis oídos, que dar saltos de júbilo la criatura en mi vientre" (Lc. 1, 42-45)
La intercesión de María Santísima, incluso para pedidos de orden material, es resaltada por San Juan en el episodio de las bodas de Caná. Faltó vino en la fiesta del matrimonio al que Nuestro Señor y su Santa Madre habían asistido. María tuvo pena de los recién casados por la humillación que iban a pasar. Se dirigió entonces a su hijo, pidiéndole que hiciera un milagro. Por insistencia de María, Él transformó el agua en vino, realizando así su primer milagro público (Jn. 2, 1-11)



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