sábado, 14 de noviembre de 2009

LA IDOLATRIA EN LA BIBLIA(II)

LA IDOLATRIA SEGUN EL NUEVO TESTAMENTO

1 - Jesús desenmascara las falsas divinidades

Todos sabemos que con Jesús llega a su término el proceso de revelación bíblica. Dios había ido poco a poco manifestándose a sí mismo, hasta llegar a la cumbre, que es Jesús. Y para revelarse Dios a sí mismo había tenido que ir desenmascarando las falsas divinidades. Por ello es lógico que Jesús, revelación plena del amor del Padre, completa este proceso.

No es el fin de este folleto presentar el lado positivo de cómo Jesús es la revelación plena de Dios. Ello, por ejemplo, lo he desarrollado en mi libro “El Dios de Jesús”. A él me remito.

Ciertamente Jesús no se limitó a predicar al Dios verdadero, sino que, como complemento, combatió y desenmascaró toda imagen falsa de Dios. Su conocimiento y su amor al Padre era tan perfecto, que no podía permanecer impasible ante las caricaturas que se hacían de él. Además, una de las formas de dar a conocer a Dios es también a través del contraste con las falsas divinidades.


Conocer a Dios y reconocer los falsos rostros de Dios son como las dos caras de la misma moneda.

Si entre Jesús y los fariseos se hubiese organizado un panel de discusión ideológica sobre Dios, quizás no se hubieran encontrado diferencias básicas entre ellos. La oposición entre Jesús y los representantes de la religión oficial de entonces no se dio en el plano doctrinal. En la teoría estaban bastante de acuerdo.

Los adversarios de Jesús, escribas, fariseos y saduceos, nunca se habían imaginado que Dios no fuera bueno, que no fuera misericordioso, que no fuera libre. Pero si se abandona la teoría sobre Dios y se pasa a concretar el comportamiento de Dios hacia los hombres, entonces la oposición entre Jesús y los fariseos es evidente.

En el combate de Jesús, se trata de Dios, no de una teoría sobre Dios: cómo se vive a Dios, y no cómo se habla sobre Dios. Por ello la base para interpretar a Jesús es ante todo su acción. Jesús nunca dio una definición de Dios, sino que su vida toda es la manifestación plena del rostro de Dios. Viendo a Jesús, se ve a Dios (Jn 14,19).

El debate entre Jesús y sus opositores recae sobre la forma cómo actúa Dios en los asuntos humanos. Es en los problemas concretos de la vida en los que se da oposición entre Jesús y los fariseos.

Para Jesús la vivencia de Dios era diametralmente opuesta a la de ellos. Su corazón, lleno de Dios, no podía aceptar la predicación de que tantos pordioseros y enfermos como pululaban por Judea fueran consecuencia de un castigo divino. El sentía dentro el amor de Dios hacia ellos, y por eso se vuelca sobre los pobres, conversa cariñosamente con ellos, los toca, los cura y aun comparte su comida.

Los fariseos maldecían al pobre como acto de piedad, ya que así pensaban imitar la acción castigadora de Dios; Jesús los bendice, ya que así secunda la acción misericordiosa de Dios. Los fariseos prohibían curar en sábado: así honraban el día del Señor; Jesús cura preferentemente en sábado, justo porque en el día del Señor se tienen que atender especialmente a sus preferidos. Ellos, en nombre de su dios, desprecian a lisiados, pobres, niños y mujeres; Jesús, en nombre de su Dios, los bendice y los atiende con especial cariño. Es que en realidad los dos están hablando de un Dios distinto, aunque los dos le den el mismo nombre.

Según Jesús, el conocimiento de Dios no puede comprenderse fuera del efecto liberador que produce. El combatió la “ideología” que organizaba y justificaba la dominación saducea y farisea. Combatió contra ella, no porque juzgase erróneos los principios doctrinales de los fariseos, sino porque consideraba intolerables los efectos destructores de su religión. En este sentido el dios de la religión oficial de la sinagoga no era el Dios de Jesús. Si el Dios proclamado y venerado no libera, sino que oprime, ese dios no es el Dios de la Biblia. A Dios se le honra en donde se libera a los hombres de cualquier pecado. El pecado contra el Espíritu (Mc 3,9) consiste precisamente en confundir el acto liberador de Dios con el acto esclavizante de Satanás.

A Jesús le apasiona el combate por la libertad de Dios. No le gustan las discusiones doctrinales. La doctrina abstracta sobre Dios puede servir de excusa para oprimir. Eso es lo que Jesús reprocha a escribas y fariseos: quieren encadenar a Dios a sus propios intereses personales y lo usan como excusa para oprimir y despreciar a los demás.

Jesús se distinguió irremediablemente de los maestros en religión de entonces porque implicaba a Dios en la sociedad y en la misma religión de una manera distinta. Y pagó con su sangre esta opción que había hecho por un Dios liberador.

Según Jesús los derechos de Dios no pueden estar en contradicción con los derechos de los hombres. Cualquier supuesta manifestación de la voluntad de Dios que vaya en contra de la dignidad de los hombres es la negación automática de la más profunda realidad de Dios.

El Dios de Jesús es un Dios único, que excluye a todos los otros modos de concebir a Dios. El presenta a su Padre como Dios de la vida, alternativa excluyente de las divinidades de la muerte. Hay que elegir: o con el Dios de Jesús o contra el Dios de Jesús. O el Reino de este Dios o la teocracia judía y la “paz” romana.

Los fariseos y sus seguidores sintonizaron con acierto que el Dios de Jesús no era el mismo dios que ellos proclamaban. Las palabras y las acciones de Jesús eran verdaderas “blasfemias” contra su dios.

Ellos eligieron matar a Jesús en nombre de su dios e invocando a su dios. Los romanos lo ajusticiaron en nombre de los dioses del imperio que garantizaban “su paz”. Según la lógica de judíos y romanos el Dios de Jesús no debía existir: por eso quisieron destruirlo matando a quien lo predicaba. Los dioses de la muerte, dioses idolátricos, siempre quieren dar muerte al Dios de la Vida. Pero la Vida, al final, triunfa siempre sobre la muerte...

La vida de Jesús no se entiende si no se entiende el conflicto entre Dios y los dioses. Los dirigentes judíos rechazaron a Jesús y su Dios: ”No tenemos más rey que al César” (Jn 19,15). Con ello muestran cuál es el dios por el que ellos habían optado: su ambición de poder y gloria. Rechazan al Dios del amor y eligen al que, por ser opresor, permite y justifica la opresión que ellos ejercen. El Dios al que ellos profesan fidelidad, aunque siguieran llamándolo Yavé, era un dios que legitimaba la opresión. Revelaban así su idolatría de hecho, pues pusieron sus intereses personales en lugar de Dios.

En la pasión y muerte de Jesús no se trata de una confrontación personal entre las autoridades y Jesús. Lo que está en pugna es una diversidad opuesta en la concepción de Dios y, por consiguiente, de la organización de la sociedad. Se trata de totalidades de vida y de historia, en última instancia basadas y justificadas en una concepción de Dios. Romanos y judíos defienden a sus dioses; Jesús vive y predica a su Dios. Y en esta pugna, le quieren hacer desaparecer; y Jesús da la vida, conscientemente, sin claudicar en su fe. Con ello triunfa sobre todos los dioses de la muerte...

2 - Idolatría de la ley

Uno de los pasos dados por el Nuevo Testamento es la constatación de que la ley puede convertirse también en ídolo y el hombre sometido a la ley transformarse en idólatra. Esto es lo que aparece explícitamente en el texto de Gálatas:

“En otros tiempos no conocían a Dios, y sirvieron a los que no son dioses. Pero ahora que ustedes conocieron a Dios, o más bien, que él los ha conocido, ¿cómo pueden volver a cosas y principios miserables y sin fuerza? ¿Otra vez quieren someterse a ellos? Ya que vuelven a observar días y meses y tiempos y años. Me hacen temer que me haya fatigado inútilmente” (4,8-11).

La ley en sí misma puede que sea buena, pero cuando el hombre busca la salvación sólo en la observancia de la ley, ésta se convierte en un ídolo que mata: en “cosas y principios miserables y sin fuerza”. La ley no tiene en sí misma ninguna fuerza liberadora. El hombre esclavizado a ella acaba con los nervios destrozados: hace lo que no quiere y quiere lo que no puede hacer.

Los judíos pensaban que merecían su propia justificación por su observancia de la ley, cuando en realidad nuestra justificación viene del sacrificio de Cristo. El hombre sólo es justificado por la fe en Jesucristo; no por las obras de la ley (Gál 2,16; Rom 3,28). La ley da el conocimiento del pecado, pero no el poder para apartarse de él. Nadie es justo ante Dios porque cumpla unas normas concretas. Ciertamente hay que seguir a Cristo, cumpliendo su Mandamiento Nuevo, pero la salvación no nace como consecuencia de esas obras, sino de la persona de Jesús.

La fe en el Dios de Jesucristo se enfrenta en forma radical a la idolatría de la ley. A ello se refiere Pablo cuando dice: “Cristo nos liberó para que fuéramos realmente libres. Por eso, manténganse firmes, y no se sometan de nuevo al yugo de la esclavitud” (Gál 5,1).

Pablo les reconoce a los judíos que tienen un celo por Dios maravilloso, “pero en forma mal entendida”, por cuanto está privado del verdadero conocimiento de Dios. “No entienden cómo Dios nos hace santos, y se empeñan por hacerse santos a su manera. Con esto pasan al lado del camino de Dios” (Rom 10,1-3). Al considerar a Dios como un Poder exigente (la Ley) y amenazador (el Juicio Final), resulta que realmente no lo están conociendo. Porque Dios es, ante todo ”Justicia”, justicia salvadora que brota de su amor: Poder de vida fiel a su proyecto en favor del hombre. Ese desconocimiento les impide acoger la Justicia de Dios y ser así sus beneficiarios. Les impide dejarse amar por Dios.

Los seguidores de la religión de la Ley no pueden más que defenderse, protegerse de ese Dios, a quien “malconocen” como amenaza. A fuerza de obras, cuyo valor está declarado por la Ley, los judíos se aseguraban contra Dios. Así, la relación con Dios, por religiosa que sea en cuanto al celo, se mueve, de hecho, en el desconocimiento y en el temor. Ello lleva implícito la desesperación de ver cómo pasa la vida sin que uno se encuentre debidamente armado para vencer al Juez que se acerca.

En el evangelio de San Marcos, del 2,1 al 3,12, donde se cuentan las controversias de Jesús con los fariseos, se desarrolla una teología contra la idolatrización de la ley. La salvación que realiza Jesús es contraria a la ley fetichizada por los fariseos. Su postura se resume maravillosamente en la frase: “El sábado ha sido hecho para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc 2,27).

Esta idolatría aun puede ser más opresora y destructora que otras, ya que llega a pervertir la misma conciencia del hombre. Al igual que la idolatría del dinero, también ésta destruye las relaciones humanas, sociales y políticas. Ella es causa y consecuencia de un mundo opresor y represivo.

3 - Idolatría del dinero

Jesús identifica a la idolatría con el servicio al dinero: “Ningún servidor puede quedarse con dos patrones, porque verá con malos ojos al primero y amará al otro, o bien preferirá al primero y no le gustará el segundo. Ustedes no pueden servir al mismo tiempo a Dios y al dinero (Mammón)”.

Nótese que no se trata del dinero en sí, sino de servir al dinero, ser esclavo de él. Esto no quiere decir que los bienes terrenos constituyan en sí un dios que se opone a Dios. Es el hombre, con su actitud, quien puede divinizarlos y convertirlos en un rival de Dios. Y de hecho con frecuencia se da esta alternativa entre Dios y el dinero. Así pasó con Judas, que prefirió las treinta monedas antes que al Maestro (Mt 16,14s).

Servir al dinero es entregarse a él, aceptando que las riquezas son equivalentes a Dios. Por eso la enérgica contraposición de Jesús, que no sólo pone frente a frente a Dios y a “Mammón”, sino que exige a sus seguidores una opción exclusivista. De ahí la imprecación contra los ricos “porque ya tienen su consuelo” (Lc 6,24), declarándolos excluidos de las bienaventuranzas precisamente porque su fuente de seguridad y alegría es el dinero y no Dios.

¿Por qué Jesús pone frente a frente el servicio a Dios y al dinero? Porque el culto al dinero lleva a derramar la sangre del pobre, en las múltiples formas concretas que la explotación y opresión asumen en la historia humana. Y si al pobre se le quita aunque sea parte de la vida a la que tiene derecho, entonces se está en contra del Señor de la vida, Padre de todos.

La idolatría del dinero, de ese fetiche que es producción humana, está indesligable y provocativamente vinculada a la ruina y la muerte del pobre. Por eso es que, yendo a la raíz, la idolatría va contra el Dios de Jesús que es el Dios de la vida. El dios-dinero se alimenta de víctimas humanas. Por eso Jesús nos lanza la disyuntiva de elegir entre el Dios de la vida y los dioses de la muerte...

Jesús da un paso más, que sólo había sido insinuado por los profetas (Am 6,6): Condena el egoísmo del que no se preocupa de compartir lo que le sobra. Es el caso de Epulón y Lázaro (Lc 16,19-31) y el del rico insensato (Lc 12,16-20).

En Epulón se destaca su egoísmo. No se dice que sea condenado por injusto, sino sencillamente porque ni se enteró de que a su puerta alguien necesitaba con urgencia las migajas de su mesa.

El segundo rico no es descrito como ambicioso, ni injusto, pero ante la prosperidad sólo piensa en sí mismo: “Túmbate, come, bebe y date a la buena vida”. Aunque su cosecha sea muy abundante, su horizonte es muy limitado: ni Dios, ni el prójimo entran en su perspectiva.

Pero la parábola no condena sólo su egoísmo: ataca también su confianza en sus bienes; cree que todo depende de ellos, y que cuando se tiene en abundancia no hay que preocuparse de nada más. Acumula porque es egoísta, pero es egoísta porque piensa que la abundancia de bienes constituye lo único seguro en esta vida.

Esta parábola nos enseña que para idolatrar las riquezas no es preciso robar; basta ser egoísta, negándose a compartir los bienes, y poner la confianza en ellos.

Esta misma es la enseñanza terrible de las “malaventuranzas”: son condenados los que sólo se preocupan de su consuelo, de estar satisfechos y pasarlo bien (Lc 6,24-26).

Desde la venida de Jesús la riqueza perdió el sentido que tenía de ser considerada como signo de bendición de Dios. Jesús desacralizó la riqueza: la dejó en su significación natural. Le quitó al dinero su poder sobre los hombres. Si el dinero sigue teniendo tanto poder en nosotros esto quiere decir que no nos apoyamos suficientemente en su victoria.

San Pablo insiste en el antagonismo existente entre avaricia y Reino de Dios.

En tres listas que él confecciona de vicios incompatibles con la fe en Dios se nombra expresamente la idolatría. Se trata de 1 Corintios 5,9-13; 6,9-11 y Gálatas 4,19-21. Podemos detectar en estas enumeraciones que una de las realidades básicas en las que se puede dar la idolatría es el dinero: El codicioso, el tramposo, el ladrón es un idólatra, que acarrea con su actitud enemistades, discordias, rivalidades, egoísmos y envidias. La idolatría aparece como elemento destructor de las relaciones humanas.

En un par de textos más Pablo relaciona explícitamente a la idolatría con el dinero. Dice que “los explotadores, que sirven al dios dinero, no tendrán parte en el Reino de Cristo y de Dios” (Ef 5,5). Y en otra carta exhorta a apartarse de: “la codicia, con la que uno se hace esclavo de ídolos” (Col 3,5).

En estos dos textos codicia e idolatría son sinónimos. El término codicia, que en el original griego literalmente significa “tener más”, connota ambición, avidez, abundancia, arrogancia. El ídolo sería, por lo tanto, el dinero, pero no como una realidad en sí misma, sino la posesión del dinero como poder para desear y extraer más dinero de otros, creando enemistad y discordia. De ahí la identificación de idólatra con codicioso, ladrón y tramposo.

Todos los textos de Pablo afirman el carácter antagónico de la idolatría con la realidad cristiana. En 1 Corintios 5,9-13 se ordena excluir de la comunidad cristiana a los idólatras. La codicia es incompatible con el ser cristiano. El apóstol no ordena apartarse de los idólatras, pues para eso habría que salirse de este mundo; pero sí ordena que sean expulsados de la comunidad.

En 1 Corintios 6,9-11 y Gálatas 4,19-21 se afirma que los idólatras “no heredarán el Reino”. En 1 Corintios 10,14-17 se excluye al idólatra de la Eucaristía, presentada aquí como solidaridad con el cuerpo del Mesías y de la comunidad. El dinero como ídolo destruye esta solidaridad, destruye el Cuerpo del Mesías.

El autor de la carta 1 Timoteo, como resumiendo el mensaje de Pablo y de los evangelios sinópticos, da el siguiente consejo: “Exige a los ricos que no se pongan orgullosos, ni confíen en riquezas, que siempre son inseguras. Que más bien confíen en Dios, que nos lo proporciona todo generosamente para que gocemos de ello” ( 6,17).

Y Santiago critica duramente a algunos hacendados, no sólo porque no pagaron dignamente a sus cosechadores (5,4), sino además porque “no buscaron más que lujo y placer en este mundo, y lo pasaron bien mientras otros eran asesinados” (5,5).

Podemos concluir que según el mensaje del Nuevo Testamento es imposible cualquier reconciliación entre la idolatría al dinero y el espíritu del Padre Dios.

El espíritu de Dios es gracia, gratuidad, mansedumbre; el espíritu del dinero es dominación, orgullo, agresividad. El espíritu de Dios es amor y no apego: compartir; el espíritu del dinero es egoísmo y avaricia: competir. El dinero es lo primero que convierte al hombre en lobo para el hombre; el espíritu de Dios es simple y abierto; es limpio como una copa de cristal. La idolatría al dinero es torcida, disimulada, tiene dos caras, actúa en la obscuridad; Dios actúa a la luz. El espíritu del dinero consiste en utilizar su propio poder para intentar crearse su propio paraíso, y por ello utiliza a los débiles para que le sirvan de pedestal para alcanzar la gloria...

Jesús ha vencido al poder del dinero. Y su victoria se manifiesta entre nosotros cuando un “rico”, en dinero o en deseo, no entrega a los pobres, individuos o naciones, en manos de los poderosos; cuando un “rico” desacraliza el poder del dinero en su conciencia y lo considera sólo como instrumento; cuando reconoce que Dios es el soberano de toda riqueza; cuando el “rico” es capaz de mirar sin pánico la pobreza y se considera libre en relación con la seguridad que le puede proporcionar el dinero; cuando se hace capaz de gratuidad y no cubre su conciencia bajo la capa de la limosna; cuando sabe compartir con el pobre... Cada hombre o mujer que vive el espíritu de las bienaventuranzas ha vencido ya el poder idolátrico de la plata.

4 - Idolatría del poder político opresor

Ya vimos cómo los profetas atacaron duramente todo lo que fuera divinización del poder. Hay personas que piensan que en el Nuevo Testamento se cambia este enfoque. Para entender este problema de nuevo es necesario tener en cuenta el proceso progresivo de revelación, a partir de las circunstancias históricas.

Ciertamente en la carta a los Romanos dice Pablo: “Que todos se sometan a las autoridades que nos dirigen. Porque no hay autoridad que no venga de Dios...” (13,1). Dice además que el que tiene miedo a las autoridades es porque se porta mal, ya que ellas “están al servicio de Dios para llevarte al bien” (13,4). Y afirma que al cobrar impuestos los gobernantes son “los funcionarios de Dios mismo” (13,6). Aquí Pablo se mantiene en un terreno puramente teórico.

También San Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, se esfuerza por presentar a los gobernantes del imperio como personas sensatas (13,7; 18,12-15; 19,33-40; 25,13-27).

Para entender este enfoque de los primeros escritos del Nuevo Testamento hay que tener en cuenta que en aquel tiempo los cristianos intentaban supervivir manteniéndose al margen de la gran polémica existente entre los judíos y Roma. Por ello Pablo y los primeros evangelistas se esfuerzan en no tener problemas con las autoridades romanas.

Pero después que con Nerón comenzó la persecución violenta, ciertamente el mensaje respecto al imperio cambió radicalmente.

Ya Jesús había dicho: “Ustedes saben que los jefes de las naciones se portan como dueños de ellas y que los poderosos las oprimen” (Mt 20,25). Y enseguida aclara que entre sus seguidores no ha de ser así: el que le sigue ha de tener una actitud de servicio (20,26-28).

Según San Lucas, cuando Satanás tentó a Jesús nos hizo una gran revelación: ”Te daré todo ese poder y esa gloria, porque me lo han dado a mí y yo lo doy a quien quiero” (Lc 4,6). Satanás es dueño, es señor con verdadero dominio, y los idólatras son administradores suyos que reciben de él poder, bienes y éxito.

En el Apocalipsis, cumbre del proceso de revelación bíblica, se radicaliza el enfoque frente al poder. Ya habían pasado los cristianos por la persecución de Nerón y, a finales del siglo primero, estaban pasando entonces por una nueva persecución mucho más cruel, la de Domiciano.

El Apocalipsis la describe como muy violenta (12,13.17; 13,7): hay cantidad de prisioneros (2,10) y muchos han derramado ya su sangre (2,13; 6,9-11; 7,13s; 16,6; 17,6; 18,24; 20,4). El control de la policía era total (13,16): quien no apoyaba el régimen del imperio no podía comprar ni vender nada (13,17). La propaganda era enorme (13,13) y se infiltraba en las comunidades para forzarlas a adorar al emperador, como si fuera un dios (13,4.12-14).

En estas circunstancias, el Apocalipsis es la respuesta de Dios a este pueblo afligido y perseguido. Fue escrito por orden de Dios (1,11.19) para levantar el velo y esclarecer, a la luz de la fe en Cristo resucitado, la situación idolátrica de aquel imperio de mentiras y el triunfo final de los seguidores del Dios de Jesús. Es un libro de consuelo, en el que florece la esperanza del encuentro con el Dios verdadero en medio de un mundo enmarañado en la idolatría al poder.

Para el Apocalipsis el imperio es obra de Satanás (13,1-10). Los culpables no son únicamente algunos malos funcionarios del imperio, sino el imperio en sí: su organización económica y política, bajo la pretensión de ser señor del mundo (13,1-18). Y la ciudad de Roma, la grandiosa capital del imperio, no pasa de ser una gran prostituta que lleva al mundo entero a su perdición (17,1s). Por ello los cristianos no pueden ser ingenuos y alimentar un régimen cuya organización está en contra del Reinado de Jesús (18,4). No pueden permitir que la falsa propaganda del imperio eche raíces en medio de las comunidades (2,14-20); deben mantenerse fieles a Jesús hasta la muerte (2,10).

Hasta el capítulo 12 habla de la persecución, pero a partir del 13 va a hablar directamente del perseguidor y a desenmascarar su política. Veamos con un poco más de detenimiento esta parte.

Juan ve una Bestia terrible que parece una pantera, tiene pies de oso y boca de león, con diez cuernos y siete cabezas, señal de mucha crueldad y poder. Satanás le entrega a esta Bestia todo su poder (13,2.4), y por eso es insolente (13,5): ataca a Dios con blasfemias (13,6), persigue al pueblo de las comunidades (13,7) y tiene pretensiones de ser dios y dueño del mundo entero (13,7s).

Para dominar la mente de tanta gente la gran Bestia recibe la ayuda de otra bestia más pequeña, que tiene la apariencia de cordero, pero que habla como el Monstruo (13,11); son los falsos profetas: sabios, sacerdotes, técnicos, políticos que colocan su magia, su poder y su saber al servicio del imperio opresor.

El Apocalipsis los describe así: “Después vi surgir del continente otra bestia que llevaba dos cuernos como los del Cordero, pero hablaba como el Monstruo. Esta aprovecha todo el poder de la primera Bestia y está totalmente a su servicio. Ella ha logrado que la tierra y sus habitantes adoren a la primera Bestia ... Hace prodigios maravillosos, hasta mandar que baje el fuego del cielo a la tierra en presencia de todos. Por medio de estos prodigios que le fue concedido obrar en servicio de la Bestia, ella engaña a los habitantes de la tierra, aconsejándoles que hagan una estatua de esa Bestia... Se le concedió hasta dar vida a la estatua de la Bestia, la cual puede hablar, y ha logrado que quienes no adoren esa Bestia sean muertos. Ha logrado, así mismo, que a todos, grandes y pequeños, ricos y pobres, libres y esclavos, se les ponga una marca en la mano derecha o en la frente: ya nadie podrá comprar ni vender si no está marcado con el nombre de la Bestia...” (13,11-17).

Por tres ocasiones, al hablar de su condena, a esta segunda bestia se le da el nombre de “falso profeta” (16,13; 19,20; 20,10). En una de ellas se vuelve a especificar su misión: “Este es el que hacía maravillas al servicio de la Bestia, con las cuales engañaba a los que recibieron la marca de la Bestia y a los que adoran su estatua” (19,20).

Nótese que el fin de estos falsos profetas es seducir a la humanidad para que adore a la Bestia, o sea, a un sistema económicamente acaparador y culturalmente despreciador del pueblo. A través del miedo logran controlar la economía. Gracias a estos profetas el emperador se puede considerar a sí mismo, sin peligro, como dios y dueño del mundo.

En el capítulo 17 se describe a la capital del imperio (17,9) como “gran prostituta..., madre de las prostitutas y de los abominables ídolos de todo el mundo” (17,1.5). Ella es “la ciudad grande, la que reina sobre los reyes del mundo entero” (17,18) y está ebria, no de vino, sino de la sangre de los mártires (17,6). Su misión es llevar al mundo entero a embriagarse con el vino de su prostitución, o sea, la idolatría del poder: ”Con ella pecaron los reyes de la tierra, y con el vino de su idolatría se emborracharon los habitantes de la tierra” (17,2).

En el capítulo 18 se describe cómo la causa de toda la maldad del imperio fue su deseo de lujo y su acumulación planificada y organizada (18,3.7.9-20.23). Por eso se convirtió en “guarida de demonios” (18,2). “Con el vino de su idolatría se emborracharon todas las naciones, y los reyes de la tierra pecaron con ella, y los comerciantes de la tierra se enriquecieron con su lujo desenfrenado” (18,3).

Después de exhortar al Pueblo de Dios a que se aleje de ella (18,4), se canta su ruina: “Que sufra tantos tormentos y desdichas como fueron su orgullo y su lujo... Llorarán y se lamentarán sobre ella los reyes de la tierra que pecaron con ella y participaron de su lujo... Llorarán y se lamentarán por ella los comerciantes de la tierra..., los que en ella se enriquecieron con sus negocios...” (18,7.11.15). “¡Alégrate, cielo, por su ruina! ¡Alégrense, santos, apóstoles y profetas, porque al condenarla Dios les hizo justicia a ustedes!” (18,20). “Es que tus comerciantes eran los magnates de la tierra y tus brujerías han seducido a las naciones. Miren que en esa ciudad se encontró sangre de los profetas y de los santos...” (18,23s).

En el Apocalipsis no se condena todo tipo de poder, sino el poder que se idolatra a sí mismo y que, por consiguiente, es enemigo del Dios verdadero. Ese poder es una bestia. Se le ve por lo que hace. No hemos de pensar hoy sólo en un poder concreto, sino en todo lo que entra en la imagen simbólica que nos ofrece este libro. Se trata del poder que pretende ser absoluto y soberano, que se presenta como autor y árbitro supremo de todo lo que es justo y lo que es ley.

Al servicio de la bestia también hoy están poderosos medios de control de los espíritus, poderosas oficinas de espionaje, de desinformación, de mentira organizada. Ellos también realizan prodigios: ponen sus deslumbrantes éxitos técnicos o deportivos al servicio de su poder absoluto, a fin de conquistar los corazones y las conciencias. La función de los falsos profetas es conseguir la pertenencia incondicional de los hombres al poder absoluto: que todos piensen y actúen como él.

Hay grandes y pequeñas tiranías. Hay poderes gigantescos y poderes restringidos, pero que se complacen en hincharse cuanto pueden. Todos ellos son monstruosos y aplastadores, desde un gran monopolio internacional hasta el machismo de un padre de familia. Hay una monstruosidad cada vez que una realidad limitada, individual o institucional, exige unos derechos y un culto que pertenecen sólo a Dios.

El Apocalipsis anuncia que se han de acabar todos los poderes opresores y sus servidores (13,5) . El Cordero y los suyos los han de vencer. El poder de Dios dado al Cordero es muy superior al poder del Dragón dado a la Bestia.

El triunfo será de los que no se han contaminado con el culto a los ídolos: “Su boca no supo de mentiras: son vírgenes” (14,5). Ellos alimentan su fe y su esperanza con la certeza de que Dios, y no el imperio, es el dueño del mundo. El imperio opresor caerá por podrido, derrumbado poco a poco por las plagas de la historia (15,1 - 19,10).

El mal será totalmente derrotado por el que monta el caballo blanco de la victoria, el “Fiel y Verdadero, el que juzga y hace las guerras justas” (19,11), “el Rey de reyes y Señor de señores” (19,16). Jesús resucitado ha de vencer a la Bestia y al falso profeta (19,20), al Demonio (20,10) y aun a la misma muerte (20,14).

Una vez vencidos los ídolos y su poder demoníaco, entonces se celebrarán las bodas del Cordero (21 y 22). Su novia será la humanidad engalanada con todo lo bueno realizado a través de la historia: permanecerá para siempre todo lo que haya sido verdad, justicia, libertad y amor.


FUENTE: IDOLATRIA EN LA BIBLIA.

J.L.CARAVIAS.


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