martes, 17 de noviembre de 2009

LA ASUNCIÓN CORPORAL DE MARÍA A LOS CIELOS

1. La muerte de María

María sufrió muerte temporal (sent. más común).

Aunque nos faltan noticias históricas fidedignas sobre el lugar (efeso, Jerusalén), el tiempo y las circunstancias de la muerte de María, con todo, la casi universalidad de padres y teólogos suponen la realidad efectiva de su muerte, que además está testificada expresamente por la liturgia. El Sacramentarium Gregorianum, que el papa Adriano I envió a Carlomagno (784/91), contiene la oración : «Veneranda nobis, Domine, huius est diei festivitas, in qua sancta Dei Genitrix mortero subiit temporalem, nec tamen mortis nexibus deprimi potuit, quae Filium tuum Dominum nostrum de se genuit incarnatum.» La Oratio super oblata del mismo Sacramentario es como sigue: «Subveniat, Domine, plebi tuae Dei Genetricis oratio, quam etsi pro conditione carnis migrasse cognoscimus, in caelesti gloria apud te pro nobis intercedere sentiamus.» ORÍGENES (In Loan. 2, 12; fragor. 31), SAN EFRÉN (Hymnus 15, 2), SEVERIANO DE GABALA (De mundi creatione or. 6, 10), SAN JERÓNIMO (Adv. Ruf. u 5), SAN AGUSTÍN (In loan. te. 8, 9) mencionan incidentalmente la realidad efectiva de la muerte de la Virgen. SAN EPIFANIO, que hizo ya investigaciones sobre el final de la vida de María, se vio forzado a confesar: «Nadie conoce su deceso.» No resuelve si la Virgen murió de muerte natural o de muerte violenta (como podría sugerir Lc 2, 35), o si su vida continúa inmortal en algún lugar para nosotros desconocido (como podría suponerse por Apoc 12, 14; Haer. 78, 11 y 24). El autor desconocido de un sermón, que se conoce bajo el nombre del presbítero Timoteo de Jerusalén (siglo vI-VIII), opina que «la Virgen María hasta ahora es inmortal [es decir, no ha muerto], porque Aquel que moró [en ella], la puso en el lugar de recepción [es decir, en el paraíso celestial]» (Or. in Symeonem).

La muerte de María no fue castigo del pecado (cf. Dz 1073), porque ella carecía de pecado original y de todo pecado personal. Pero era conveniente que el cuerpo de María, mortal por naturaleza, se sometiera a la ley universal de la muerte, conformándose así totalmente a su Hijo divino.


2. La asunción corporal de Maria a los cielos

a) Dogma

María fue asunta al cielo en cuerpo y alma (de fe).

Pío XII, después de haber consultado oficialmente el 1 de mayo de 1946 a todos los obispos del orbe sobre si la asunción corporal de María a los cielos podía ser declarada dogma de fe, y si ellos con su clero y su pueblo deseaban la definición, y habiendo recibido respuesta afirmativa de casi todos los obispos, proclamó el 1 de noviembre de 1950, por la constitución Munificentissimus Deus, que era dogma revelado por Dios que «la Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, después de terminar el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo» («pronuntiamus, declaramus et definimus divinitus revelatum dogma esse: Immaculatam Deiparam semper Virginem Mariam, expleto terrestris vitae cursu, fuisse corpore et anima ad caelestem gloriam assumptam»).

Ya antes había enseñado Pfo xu, en el epílogo mariano de su encíclica Mystici Corporis (1943), que María «resplandece ahora en el cielo con la gloria del cuerpo y del alma, y reina juntamente con su Hijo»; Dz 2291.

b) Prueba de Escritura y de tradición.

No poseemos testimonios directos y explícitos de la Sagrada Escritura. La posibilidad de la asunción corporal antes del nuevo advenimiento de Cristo no queda suprimida por 1 Cor 15, 23, ya que la muerte redentora de Cristo consumó la redención, comenzando la salud de la plenitud de los tiempos que predijeran 'los profetas. La probabilidad de la asunción la sugiere Mt 27, 52-53: «Y abriéronse los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido se levantaron ; y salidos de los sepulcros, después de su resurrección [la de Cristo], vinieron a la santa ciudad, y se aparecieron a muchos». Según la interpretación más probable, y que ya propusieron los padres más antiguos, el «levantarse de los santos» fue una definitiva resurrección y glorificación. Ahora bien, si algunos justos del Antiguo Testamento consiguieron ya la salvación completa inmediatamente después de consumada la obra de la redención, entonces es posible y probable que también le fuera concedida a la Madre del Señor.

La teología escolástica se basa en la plenitud de gracia testimoniada en Lc 1, 28 para probar la asunción corporal y la glorificación de María. La Virgen, como «la muy agraciada» de Dios, quedó preservada de la triple maldición del pecado (Gen 3, 16-19), incluso de volver al polvo de la tierra (cf. SANTO ToMÁs, Expos. salut. ang.). En la mujer vestida del sol (ele la que nos habla Apoc 12, 1 y en la cual el vidente, con mirada profética, representa a la Iglesia en la figura de la Madre de Dios) ve la teología escolástica la representación de la Madre de Dios glorificada. Los padres y teólogos refieren también en sentido típico al misterio de la asunción corporal de María algunos pasajes, como Ps 131, 8: «Levántate, oh Yahvé, [y dirígete] al lugar de tu descanso, tú y el arca de tu majestad» (el arca de la alianza, construida de madera incorruptible, es tipo del cuerpo incorruptible de María) ; Apoc 11, 19: «Y el templo de Dios fue abierto en el cielo, y el arca de su alianza quedó visible» ; Cant 8, 5: «¿Quién es ésta que sube del desierto [Vg: rebosante de delicias], recostada sobre su amado?»

La teología moderna presenta generalmente también como prueba el pasaje de Gen 3, 15. Como por la simiente de la mujer entiende a Cristo, y por la mujer a María, concluye que María, igual que tuvo participación íntima en la lucha de Cristo contra Satán, la tiene también en su victoria sobre el mismo, sobre el pecado y sobre sus consecuencias, y, por tanto, en su victoria sobre la muerte. Según el sentido literal, por la mujer no hay que entender a María, sino a Eva; pero la tradición ya vio en María, desde el siglo ii (San Justino), a la nueva Eva.

Se basan también en la revelación las razones especulativas, con las cuales los padres de las postrimerías de la época patrística y los teólogos de la escolástica, y a la cabeza de todos el Seudo-Agustín (siglos rx/xt), prueban la incorrupción y glorificación del cuerpo de María. Tales razones son :

a') Su inmunidad de todo pecado. Corno la descomposición del cuerpo es consecuencia punitiva del pecado, y como María, por haber sido concebida sin mancha y carecer de todo pecado, constituía una excepción en la maldición universal del pecado, era conveniente que su cuerpo se viera libre de la ley universal de la corrupción y entrara pronto en la gloria del cielo, tal como lo había prescrito Dios para el hombre en el plan de justicia original.

b') Su maternidad divina. Como el cuerpo de Cristo se había formado del cuerpo de María (caro Iesu caro est Mariae, Seudo-Agustín), era conveniente que el cuerpo de María participase de la suerte del cuerpo de Cristo. La idea de que María es Madre de Dios, para ser una realidad objetiva plena, exige que su cuerpo esté unido con su alma, porque la relación de maternidad tiene una doble faceta corporal y espiritual.

c') Su virginidad perpetua. Como el cuerpo de María conservó su integridad virginal en la concepción y en el parto, era conveniente que después de la muerte no sufriera la corrupción.

d') Su participación en la obra redentora de Cristo. Como María, por ser Madre del Redentor, tuvo íntima participación en la obra redentora de su Hijo, era conveniente que, después de consumado el curso de su vida sobre la tierra, recibiera el fruto pleno de la redención, que consiste en la glorificación del cuerpo y del alma.

La idea de la asunción corporal de la Virgen se halla expresada primeramente en los relatos apócrifos sobre el tránsito de la Virgen, que datan de los siglos v y vi. Aunque tales relatos no posean valor histórico, sin embargo, conviene hacer distinción entre la idea teológica que hay en el fondo y el ropaje legendario de que están adornados. El primer escritor eclesiástico que habla de la asunción corporal de María, siguiendo a un relato apócrifo del Transitus B.M.V., es Gregorio de Tours (+ 594). Conservamos sermones antiguos en honor del tránsito de María, debidos a Teotecno de Livia (550-650), Seudo-Modesto de Jerusalén (hacia 700), Germán de Constantinopla (+ 733), Andrés de Creta (+ 740), Juan de Damasco (+ 749) y Teodoro de Estudión (+ 826).

La Iglesia celebra la fiesta del tránsito de María (Dormitio), en Oriente desde el siglo vr, y en Roma, por lo menos, desde fines del siglo vii (Sergio I, 687-701). Fue objeto primitivo de la fiesta la muerte de María, mas pronto apareció la idea de la incorrupción de su cuerpo y de su asunción a los cielos. El título de Dormitio se cambió en el de Assumptió (Sacramentarium Gregorianum). En los textos litúrgicos y patrísticos de los siglos viii/ix se halla claramente testimoniada la idea de la asunción corporal. Por influjo del Seudo-Jerónimo (cf. infra) surgió durante largo tiempo la incertidumbre de si la asunción corporal pertenecía también a la conmemoración de la fiesta. Desde la alta edad media se fue imponiendo cada vez más la respuesta afirmativa, y hace ya mucho tiempo que predomina por completo.

c) Evolución histórica del dogma

En Occidente, sirvieron de obstáculo al desarrollo de la idea de. la asunción un sermón seudo-agustiniano (Sermo 208: Adest nobis), una carta con el nombre fingido de Jerónimo (Ep. 9: Cogitis me) y el martirologio del monje Usuardo. El .Seudo-Agustín (probablemente Ambrosio Autperto + 784) se sitúa en el punto de vista de que nosotros nada sabemos sobre la suerte del cuerpo de María. El Seudo-Jerónimo (Pascasio Radberto + 865) pone en duda la cuestión de si María fue asunta al cielo con el cuerpo o sin el cuerpo, pero mantiene la incorrupción de éste. Usuardo (+ hacia 875) alaba la reserva de la Iglesia, que prefiere no saber «el lugar donde por mandato divino se oculta ese dignísimo templo del Espíritu Santo», antes que recurrir a la leyenda. El martirologio de Usuardo se leía en el coro de muchos conventos y cabildos ; la carta del Seudo-Jerónimo fue recibida en el Breviario. Ambos documentos influyeron notablemente en el pensamiento teológico del medioevo.

Frente a los citados escritos apareció un tratado (Ad interrogata), que desde la segunda mitad del siglo xii lleva el nombre de San Agustín, y cuya paternidad no ha quedado todavía clara (siglos ix-xi). Este tratado, fundándose en razones especulativas, sale decididamente en favor de la asunción corporal de la Virgen. Desde el siglo xni la opinión del Seudo-Agustín va adquiriendo preponderancia. Los grandes teólogos de la escolástica se declaran en su favor. SANTO ToMÁs enseña: «Ab hac (maledictione, sc. ut in pulverem reverteretur) immunis fuit Beata Virgo, quia cum corpore ascendit in caelum» (Expos. salut. ang.). En la reforma del Breviario, que hizo Pío v (1568), eliminó éste las lecciones del Seudo-Jerónimo sustituyéndolas por otra que defendía la asunción corporal. El año 1668 surgió en Francia una violenta polémica de escritos en torno a la asunción, con motivo de una carta del cabildo de Notre Dame de París que quiso volver de nuevo al martirologio de Usuardo, suprimido el año 1540 (o 1549). Jean Launoy (+ 1678) defendió enérgicamente el punto de vista de Usuardo. Benedicto xiv (1740-58) apreció la doctrina de la asunción como pia et probabilis opinio, pero sin querer por ello decir que perteneciera al depósito de la fe. El año 1849 se elevaron a la Sede Apostólica las primeras peticiones de que se declarara a esta doctrina dogma de fe. En el concilio del Vaticano fueron casi doscientos los obispos que escribieron una solicitud en favor (le la definición. Desde comienzos de siglo fue tomando cada vez mayor incremento el movimiento de peticiones. Después que el episcopado en pleno, respondiendo a una consulta oficial del Papa (1946), expresó casi unánimemente la posibilidad de la definición dogmática y su deseo de verla realizada, el papa Pío xii confirmó «la doctrina unánime del magisterio ordinario y la fe universal del pueblo cristiano» proclamándola solemnemente dogma de fe el día 1 de noviembre de 1950.

Fuente:

Manual de Teologia Dogmatica. Ludwing Ott


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